sábado, 27 de julio de 2019

¿Qué quiere decir?


A veces me inquieta tratar de dilucidar lo que el otro quiere decir. Suelen ser situaciones donde quien habla se enreda en palabras o pasajes más o menos engorrosos y siempre complejos que insinúan pretender arribar a algún lugar.

Esa manera intrincada y difusa de hablar impone la necesidad de desentrañamiento. Es decir, exige que quien escucha pueda descubrir lo que quiere decir quien habla.

Circunstancia que demanda máxima concentración para elucidar lo que en verdad se quiere decir y no quedar extraviado en supuestos dichos que no se dijeron.

En este tipo de menesteres hay distintas calidades de hispanohablantes. Están los que ejercen la destreza de la lengua y ascienden a la poesía o narrativa elogiable, pero también están los esforzados que creen en embarullar lo dicho para mostrarse como pensantes de mayor complejidad o seres incomprendidos que viven en un nivel intelectual inaccesible para sus semejantes.

Transitan bajo la farsa de que lo que dicen escapa a la capacidad de entendimiento de cualquier distraído que se aprestó a escuchar. 

Si el tipo quiere decir o dice algo tan intrincado, complejo, difuso e inentendible, seguramente el tipo está volando en la abstracción y es razonable que su interlocutor quede extraviado sin comprenderlo. Con la ilusión de que el tipo está en la estratósfera mientras que el pobre diablo que lo escucha vive en el llano sin poder dilucidarlo.

Cuando en verdad, quizás el primero está extraviado en sí mismo. Y el segundo supone que sabe lo que quiere decir, aunque no le entienda básicamente o exactamente qué carajo quiere decir.

Esas situaciones hacen sospechar que en realidad lo que se necesita es que el hombre difuso o extraviado en sí mismo se aclare o desista de la lógica de querer empaquetar al interlocutor de turno. 

Caso contrario pareciera que lo que se requiere no es alguien que escuche, sino alguien que pueda traducir por ejemplo del Español al Español.

Con la única finalidad de facilitar el entendimiento. 

Esto aplica a los seres lingüísticos que parecen extraviados y se valen de la farsa de la complejidad al carecer de contenidos virtuosos. No a quienes en verdad celebran el lenguaje, lo extienden a su máxima expresión y logran regalarnos la destreza de su proceder. 

Porque cuando alguien interviene en el lenguaje con pericia, no solo celebra y enaltece las posibilidades de expresión, abre también los ojos al mundo y a las circunstancias que puedan inquietarlo.

Creo que cada uno por supuesto puede hacer lo que se le antoje y no está mal si algún embarullador de turno se vale de esa burda treta para pantomimizarse y ostentar un lugar de sapiensa que lo excede.

Aunque siempre pienso que la gente está avispada y hace tiempo que descubrió que lo que importa es el valor de lo dicho. Es decir, lo que en verdad se quiere decir.

Quizás por eso detrás de la simpleza se esconde la virtud.


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