El hombre intrincado
Hace tiempo conozco al hombre intrincado.
Es un amigo, que viene con recurrencia a contarme vicisitudes de su mundo contrariado, que al parecer lo abruma y lo doblega, como si fuera una topadora que lo pasa por encima.
Siempre lo escucho con atención y siempre observo que es él el causante de su mundo. Lo genera con un compromiso que él mismo se asombraría si lo advirtiese.
El hombre intrincado refunfuña de cada cosa que emerge en sus circunstancias, pero en vez de desactivarlas las genera con sus actos.
Luego se queja, protesta, maldice las situaciones y se muestra abrumado por el mundo que se le viene encima.
Algunas veces intenté mencionarle que su proceder es el que causa sus desgracias. Puntualizándoles hechos concretos donde con claridad se fundamenta esta síntesis.
Que su acción es la que genera su mundo.
Siempre lo hago con las mejores intenciones, para que pueda dilucidar sus circunstancias y advertir que las genera.
Que es él y nadie más el único responsable de sus vivencias.
Pero el hombre intrincado no quiere escuchar o no puede escuchar.
O quizás no se anime a escuchar.
Por eso sigue enredado, maniatado a su tormento.
Dudo que se libere algún día, no le veo el más mínimo interés de abandonar la queja y convertirse en un hombre nuevo.
Vivir en la desgracia parece ser su insana adicción.
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