El hombre que piensa
Me he dado cuenta que el hombre que piensa es una molestia para quien no tiene ninguna disposición a pensar.
Esa molestia es insalvable si el hombre que no piensa se mantiene firme en su posición y no se dispone a escuchar a quien piensa.
En esas instancias si el hombre que piensa persiste en su disposición en dialogar con el que no le interesa pensar, genera primero una perturbación y luego un enojo indisimulable.
Con lo cual se genera un contexto únicamente propicio para mantener una conversación ineficiente e improductiva, que solo sirve para erosionar la relación y perder el tiempo.
De uno y del otro.
De modo que al hombre que piensa le queda la responsabilidad de dilucidar rápido si se encuentra con el hombre que no piensa, para proceder de la manera que juzgue más conveniente.
Puede ser retirarse de esa presumible conversación seguro fallida o decidir no iniciarla, en una actitud práctica e infalible para evitar el resultado.
Con lo cual el hombre que piensa es conveniente que tenga claras estas cuestiones, antes de perder su valioso tiempo en una persona que se cierra en su sordera y se aferra a su capricho de no pensar.
Y el hombre que decide no pensar, debería preguntarse si prefiere reducirse a esa haraganería o bien se dispone a cambiar de actitud para reconsiderar sus ideas y acceder al inestimable beneficio de creer que siempre puede estar equivocado.
Para lo cual necesitaría pensar, lo que le significaría un importante desafío.
Pero no seamos pesimistas.
La conveniencia de pensar puede motivarlo en cualquier momento.
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