sábado, 28 de enero de 2023

La palabra



La palabra está muy devaluada principalmente porque la usan todos. Si la usasen solo los que supieran la palabra gozaría de mayor respetatividad y prestigio. Pero de este modo no puede presagiarse otra realidad que la que acontece.


La palabra está devaluada.


Y presumiblemente se devalúe muchísimo más porque todo el mundo con conocimiento o sin conocimiento, obrando con honestidad o deshonestidad, está dispuesto a usarla sin prisa y sin pausa, sin el menor amparo de preguntarse muchas sobre la pertinencia de la palabra que va a soltar o la auténtica veracidad de la misma.


Con lo cual se produce una suerte de enchastre que revuela por el aire palabras y más palabras que terminan cubriendo de un simbolismo inabarcable la vida misma.


Casi que es imposible abstraerse y evadirse del sinnúmero de palabras que se despliegan por todos lados. Y si bien puede atenuarse con el bienestar del silencio, la polabra deambula por todos lados y es prácticamente imposible escaparse de ella.


Hasta nos toma desprevenidos y vive en nuestro interior generándonos un barullo interno que muchas veces es difícil acallar.


Por eso parece imposible eliminar las palabras de raíz en forma completa y de manera categórica.


A lo sumo se las puede atenuar o minimizar, como bien puede hacerse retirándose uno al campo o subiendo el Himalaya.


O apagando radio, tv y cualquier chirimbolo que llene nuestras cabezas de ruido.


Y exigiendo, por qué no también, apagar los parlantes bullangueros de los idiotas de turno.


El tema también es el ejercicio imprudente e irresponsable de las palabras que tanto daño ocasionan.


Nada es más peligroso que el convencimiento de que sabe el hombre que no sabe, e indica a diestra y siniestra lo que se debe hacer, de la manera que se debe hacer.


O por dónde se debe ir.


Está repleto de ese tipo de personajes confianzudos en las más diversas de las disciplinas y son esencialmente un riesgo porque hacen uso de las palabras dotadas de cierta legitimidad que los justifica para pronunciarse como si supieran.


Cuando muchas veces no saben.


Por eso no es tan inquietante que las palabras pululen por todos lados y vivamos inmersos en peroratas, sino  que estemos atentos a formular una relación inteligente con ellas para obrar con mayor responsabilidad y prudencia hacia los demás.


Y para ampararnos ante palabras determinadas que merecen ser recibidas con un manto de duda o bien con el sano ejercicio del criterio propio.


Que no es ni más ni menos que hacerse responsable por lo que uno se permite escuchar y discernir en el fuero íntimo e innegociable si las palabras son efectivas y razonables o si están algo desbarajustaras.



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