El burdo truco de la complejidad
Si creo en la claridad y la simpleza se lo debo en parte por rebelarme contra el viejo e improductivo truco de la complejidad, que honran quienes escriben de manera escabrosa con una finalidad presumible.
Tal vez regocijar su ego para ubicarse en una zona de difícil entendimiento, que represente de algún modo que quien escribe está en la estratosfera del saber mientras que el lector se encuentra en el llano.
Luchando como un pobre diablo para lograr descubrir qué carajo quiere decir el autor.
Lo digo por experiencia.
En época universitaria no era extraño tener que enfrentarme con pilas de apuntes de autores que algo querían decir pero difícilmente se les entendía el mensaje.
Aunque luego de 300, 400 páginas, siempre se les entendía algo, tras darlos vuelta de un lado y otro y arribar por fin a lo que transmitían. O intentaban transmitir.
En general en esos textos puntuales era muy poco lo que decían, demasiado lo que repetían con distintos rodeos y mucho lo que embarullaban.
Daban vueltas con artimañas burdas y retóricas abusivas sobre dos o tres ideas.
Desplegaban narrativas escabrosas interminables. Todavía recuerdo un autor que escribía entre 15 y 25 renglones sin puntos.
Mi inquietud por el tema fue tan lejos que en distintas oportunidades tomé alguno de esos apuntes para que lo lea algún amigo lector.
Luego de unos días lo buscaba con entusiasmo para escuchar el veredicto.
No entendí nada, recuerdo que sintetizaba con honestidad y precisión.
A veces me preguntaba si esos escritos interminables y difusos tenían la intención de desarrollar nuestra capacidad de abstracción o eran en verdad la manifestación de hombres confundidos que procuraban en narrativas interminables liberarse de sus entuertos.
O presentarse como personas que vivían en un mundo de erudición ajeno para el hombre de a pie.
Pero esos escritos eran tan interminables cómo insufribes para los espíritus prácticos que valoramos el mensaje y no disfrutamos de dilapidar el tiempo para dilucidar lo que el otro quiere decir.
Suponiendo además, no en pocos casos, que el otro no tenía claro lo que quería decir. Y que por eso se embaucaba en el intento de propio desentrañamiento, zampándonos sus confusiones y enredos, con la finalidad tal vez de aclararse o bien de extraviarnos a todos quienes obligados compartíamos sus tormentos.
Aunque en el fondo siempre sospeché que la confusión manifestada y la intención de complejidad innecesariamente procurada se debía a espíritus inseguros que se valían del burdo truco de hacer difuso el mensaje para ubicarse en el pedestal de la sabiduría.
Con el cual por detrás de todo el objetivo sería que el otro no entienda o no termine de entender.
Y así los espíritus menos desconfiados creerían que el hombre está en las nubes mientas ellos viven la experiencia terrenal.
Suponiendo, erróneamente, que se trata de una mente sobrenatural. Compleja, brillante.
De muy difícil acceso.
Desde hace años me liberé de las lecturas compulsivas que aportan dudoso valor y no supe nunca más de aquellos amigos enredados que complejizaban hasta lo más simple.
Hoy escribo esto para recordarlos y preguntarme si seguirán embarullados como en aquellos tiempos.
Y si alguno les seguirá la corriente o dará vuelta pronto sus paginas.
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