El mundo del NO
Nunca escuchamos decir tantas veces no como cuando somos niños.
No a esto, no a aquello.
No a lo otro.
No, no, no.
El niño explora y se despliega llegando siempre hasta el no que le impone los límites.
No es tan tonto el no porque ejerce muchas veces la función de cuidarlo. Que no toque el fuego, que no toque el enchufe, que no se lleve algo peligroso a la boca...
La curiosidad e impulso auténtico del niño por explorar y descubrir el mundo se encuentra restringido desde el inicio.
Pero pareciera que lo natural muestra que el niño viene con el SI de fábrica.
Quiere ver y tocar esto y aquello.
También lo otro.
Parecería conveniente preguntarnos qué NO son esenciales y cuáles serían arbitrarios. Los primeros deberían reducirse al parecer esencialmente a preservar su integridad y evitarle elocuentes experiencias perjudiciales. Los No arbitrarios serían los que responden a los valores que los padres quieren transmitirle.
Si le pega a un niño por ejemplo muchos padres le dirán que eso no se hace. Que no lo debe volver a hacer.
Con el tiempo el niño crece y forma su propio entendimiento. También sus propios valores que consciente o inconscientemente guían su conducta.
Con discernimiento propio asume la responsabilidad del SI o del NO ante los vericuetos de la existencia.
A partir de ahí expande o restringe su mundo. Vive las experiencias que se procura y las que se le presentan en la vida.
Su realidad es afectada por esas dos palabras que tienen la implicancia de construirle la vida y resolver la forma de estar en el mundo.
Deseo que todos los niños sean cuidados con el amor y la responsabilidad de los padres que necesitan decirles NO para beneficiarlos.
Y que cuando crezcan reaviven el SI con el que iniciaron la existencia. Lo honren para expresar sus potencialidades, hacer su mundo lo más amplio posible y contribuir así en forma positiva a los demás.
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