El hombre susceptible
Conozco al hombre susceptible por azares de la vida. Fue casi casualmente cuando me topé con él y desde entonces advertí su presencia de manera elocuente.
Al principio me resultaba extraño, difícil de comprender.
Cualquier cosa por pequeña que sea hacía que el hombre susceptible se embrolle en su susceptibilidad y se sienta afectado negativamente.
Eso lo observaba luego o con el tiempo, cuando el hombre susceptible manifestaba su historia, sus logros, sus proezas o la relevancia que había tenido en el logro de ciertos objetivos colectivos en los que se adjudicaba un rol determinante.
Nada de eso se hablaba en ciertas circunstancias pero sin dudas las contingencias que fueran disparaban esa posición indeclinable del hombre susceptible. Era de alguna manera como esas situaciones en las que el caballo que se alejó del casco, volvía apenas lo divisaba sin la más mínima necesidad de que el jinete maniobre las riendas hacia ese lugar.
Eso hacía el hombre susceptible.
Volvía a su pesar.
Ante cualquier circunstancia que le permitan divisar al menos un vestigio de su dolencia, volvía a su centro. Un lugar extraño y en apariencias penoso, que imprimía algún malestar, propio del ser que siente que no es reconocido ni valorado. Y que en los recónditos recovecos de su existencia percibe una desatención que no hace justicia con su trabajo, trayectoria y proceder.
Percibe una supuesta ingrata mirada ajena que aviva sus dolencias. Y se embrolla en un dialogo interno que lo apresa y atormenta.
Ensimismado en su pesar el hombre susceptible anda por la vida con esa herida de sus profundidades a flor de piel. Apenas un soplido ajeno en otra dirección puede activar su malestar y disparar sus propios cuentos. Narraciones que se autoforumula en intrincados diálogos internos que, cuando están por ebullecer, salen a la luz para exhibirlo todo.
En esos momentos tan inesperados como recurrentes se revela al mundo con la clara presencia del ser susceptible que confiesa su alma.
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