sábado, 27 de enero de 2024

Las discusiones



Hay de todo tipo y color.


También hay una disposición de la persona más o menos inclinada hacia producir discusión y vivir en ella.


Algunas personas son discutidoras de pura cepa, entonces se abalanzan sobre su interlocutor con cualquier motivo.


Si el otro susodicho no está alerta puede quedar embaucado en el trastorno ajeno y adentrarse a una discusión que es esencialmente una disputa para salvarse vaya a saber de qué, para que no lo doblegue el discutidor, y para salir indemne de la ofensiva.


Si cayó en la trampa deberá sobrellevar los enojos ajenos y propios que emergen a partir de esa contienda de resultado negativo.


¿Por qué?


Porque nadie decididamente saludable tiene ganas de vivenciar la agresión ajena que adopta la forma de discusión cizañera y en definitiva erosiona su emocionalidad.


Y si bien no vamos a ensayar una hipótesis que podría dilucidar las causas que activan la actitud discutidora de cualquier persona, no estaría mal lanzarse a dilucidarla con el fin de comprenderla y si fuera posible incidir para sanarla.


Pero como ese problema es ajeno y solo nos incumbe las circunstancias en las que se nos busca como si fuéramos un pujilista latente, es mejor estar alertas y evadirnos antes de que por error aceptemos la provocación y quedemos subsumidos en una disputa tan innecesaria como inconveniente.


Una técnica es darle la razón al discutidor una y otra vez. Y la otra más productiva y saludable es evitarlo y escaparse tan rápido como se pueda.


De esa manera si el otro está imbuido en un mundo agrio y enojoso que necesita la pelea maliciosa para honrarlo, lo dejamos tranquilo en su universo sin que incida de manera perjudicial para arruinarnos nuestro bienestar.




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