viernes, 5 de enero de 2024

Las cosas son más o menos así...


¿Cómo?

Así, escuchame un poquito, escuchame.

Todos piensan que saben, creen que saben, se convencen que saben, o actúan como si supieran siendo farsantes.

Ahí tenemos las tipologías del ser convencido, no hay más sobre esta cuestión.

Entonces el ser habla como si supiera, como si en definitiva pudiera agarrar la realidad con sus dos manos y arreglarla en un santiamén o bien advirtiendo que se reparará luego de transitar un camino mayormente o menormente repleto de espinas.

Con plazos tan imprecisos como cambiantes.

Los corderos miran o miramos atentos, como expectantes, creyendo en el hombre que fuera no duda y por fin nos llevará a buen puerto. Porque en el fondo necesitamos un parlanchín que nos convenza y que de alguna manera logre que le creamos que llegaremos tarde o temprano a La Luz del final del camino, donde dejaremos de ser los extraviados argentinos y nos recibiremos de ciudadanos que no estemos escuchando la palabra inflación, corrupción, dólar, o motochorro todas los días.

Así que el parlanchín que fuera tiene un caldo de cultivo propicio para entusiasmarnos, engatusarnos o bien para encausar por fin la cosa, arreglar la realidad y pasar a otro tema antes de que nos muéramos con la resignación de vivir en un país tan hermoso y disfrutable como novelesco y sufrido.

Entremedio no importa tanto que haya dicho que va a hacer tal o cual cosa. Lo que cuenta es creerle sobre el resultado y pensar que está guiado por buenas intenciones.

Eso es clave.

Mientras esto ocurra en el fondo aceptamos que haya dicho a y en vez de honrarla de manera irrenunciable por las improcedencias de la realidad o lo que fuera, haya tenido que hacer b o c.

Si seguimos creyendo en las buenas intenciones y en el rumbo, aceptamos el desliz y no dejamos que esa breve corrección o volantazo pueda tirar todo por la borda.

Pero hasta ahí, porque si otra vez al hombre que dirige la batuta lo convencen que no se puede, que la realidad le impondrá limitaciones, lo van a fajar o lo que sea, y deja de creer en hacer a, nos va a defraudar a todos, va a convalidar la decadencia que supimos conseguir, y va a caer en la intrascendencia que cayeron los que iban a hacer a y por hache o por b, por unas piedrirtas de mierda que le tiraron o lo que fuera, no hicieron historia.

Y tenían todo para hacer historia.

Hasta el propio desarrollo personal.

Pero en vez de creer que se puede lo convencieron que no se podía. Y todos sufrimos las consecuencias de aceptar esa creencia nefasta que lo único que hizo fue favorecer el arruinamiento colectivo.

Ahora los corderitos otra vez volvimos a respaldar a quien quiere hacer un país normal y terminar de una vez por todas con la joda que perjudica a todos los ciudadanos de bien mientras enriquecen a los vivillos de turno.

Que son los mismos de siempre. Parlanchines hipócritas y sinverguenzas que engatusan a la gilada.

En síntesis para no hacerla más larga y embarullarme en un preámbulo excesivo que busca en realidad precisar la escabullida cosa, quizás solo tengo para decir que fui al supermercado.

Al supermercado y a la estación de servicios.

Pero los hijos de mil me cobraron la factura que era de la casta.

Y yo, sin chistar, pagué como un boludo.

Si alguien sabe dónde se busca la medalla, avise.


Y digo esto sin perder la esperanza en el hombre que tiene buenas intenciones.

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