domingo, 14 de enero de 2024

El llanto disciplinador



Si no fuera por mi espíritu práctico, resolutivo y esquivador de problemas evitables, Santino no apelaría de manera recurrente y sistemática al llanto tan insufrible como indeseable que logra todo.

El pequeño construye su mundo a voluntad con una técnica sencilla que le resulta eficiente. Son gritos indecorosos, desenfrenados, que apenas se insinúan ya logran allanar el camino a su propósito.

Y si no lo logra no importa porque tiene la habilidad de transformar los gritos en llantos, y si así no bastase, en alaridos insufribles que doblegan a cualquiera.

Así que caigo como un chorlito apenas insinúa que está dispuesto a gritar como un marrano, llorar sin pausas y revolear lo que tenga en su camino para hacerle saber al mundo que más vale que se acomode a sus deseos porque está dispuesto a arruinarlo todo.

Y va a hacerlo.

Yo le digo que tenemos que hablar, que pare un poco, que se calle.

Primero suplico sin el menor de los éxitos, luego alzo la voz y finalmente grito, me paro, me muestro desbordado por el enojo, tomado por la indignación de un padre apabullado que  no encuentra modo alguno de calmar a la fiera.

Escandalizado y a los gritos pido clemencia moviéndome desbordado de un lado al otro del living, notificando que acá se hace lo que dice el padre, mientras de manera innegociable aturden los alaridos hasta que por fin llega al culmine, al momento donde el mundo se acomoda.

Informo que se hará su voluntad.

Los gritos cesan de golpe y volvemos a ser todos felices.


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