¿Qué debemos hacer?
Es la niñez la que de algún modo marca a fuego al individuo y lo encarcela en la disposición de la palabra ajena.
Es por esa simple razón que las sociedades están repletas de adultos con espíritus de niños, que demandan de alguien que les indique qué pueden o no pueden hacer.
Y qué vida deben vivir.
Si van para acá, para allá.
O deben quedarse quietos.
La palabra marca a fuego cuando uno es chico y está de alguna manera desprovisto de su propia capacidad de discernimiento, porque carece de un desarrollo intelectual que le permita sumirse en el mundo de la abstracción en profundidad para arribar con el mayor criterio posible a sus propias decisiones.
Es quizás por esas circunstancias que hacen mella en las mentes de los chicos las palabras de los grandes.
Tanto que no son pocos los casos que al pasar los años y transformarse en adultos mayores quedan de alguna manera guiados por esas palabras, ideas o síntesis directrices.
Y demandan que suplanten el propio discernimiento por la disposición ajena.
Solo así podría entenderse que la gente se la pase embobada pidiendo indicaciones o glorificando al mandamás que fuera, dispuesta a adoctrinarle e indicarle lo que debe hacer con su propia vida.
Quizás ese espíritu infantil que se acienta en tantas personas es el mismo que inconscientemente reclama que le hablen con determinación y la reten para no dar el más mínimo resquicio de dudas sobre lo que puede o no pude hacer.
Y sobre lo que debe o no debe hacer.
No solo en cuanto a casarse o tener hijos. Sino sobre un innumerable mundo de cuestiones.
Ustedes sabrán.
Pero está repletos de niños que reclaman indicaciones y tienen nula disponibilidad para escapar de la manada.
Es tiempo de que esos niños grandes asuman su responsabilidad, crezcan con la madurez que exigen estos tiempos.
Y dejen de reclamar padres cuando ya están grandes.
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