No lo dejan…
Nadie se equivoca cuando siente que hace lo que tiene que hacer.
Es en ese espacio donde encuentra la mayor fidelidad a sí mismo. Y nada es mejor que ser auténticamente quienes somos para honrar nuestra existencia.
No es fácil.
Uno vive en relaciones y desde el punto de vista de víctima, bien podría decir que le gustaría hacer tal o cual cosa, pero no lo dejan.
Ahá.
A uno entonces le gustaría hacer tal cosa. Mirá vos.
Pero no lo dejan…
¿Quién no lo deja? Bueno, el jefe, la esposa…
Qué se yo. Al tipo no lo dejan. Quiere hacer tal o cual cosa, pero fijate vos. El tipo quiere, claro que quiere. Pero no, no lo dejan.
Apenas insinúa es como que le dicen... Ojito querido, qué es lo que vas a hacer? Sabés que no, que eso no se puede, no está acordado o no te lo permitimos.
Pero si yo…
A lo sumo puede balbucear un poco si quiere transparentar sus intenciones repudiadas. Intentar desplegar una oración o unos breves párrafos que sustenten sus propósitos, que validen por qué es necesario o conveniente que pueda hacer lo que quiere hacer. O lo que tiene la intención de hacer.
Pero no, no lo dejan ni siquiera a veces permitirse ese balbuceo menor que confiesa sus intenciones. Y hasta en el peor de los casos ni siquiera evaluar balbucear porque conoce la respuesta de antemano.
Entonces el tipo debe negociar consigo mismo y llegar a una definición quizás absoluta o flexible en relación a sus intenciones negadas por el mundo externo que lo rodea.
Es a partir de esa decisión íntima y a veces inconfesable, que el tipo resuelve su existencia y acepta el juego de la interdependencia humana, que le exige condicionamientos a sus voluntades profundas, que le amenazan de alguna manera la posibilidad de ejercer la autenticidad que le reclama su ser.
Por eso cada uno sabrá lo que debe hacer.
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