viernes, 26 de abril de 2019

La mediocridad


Siempre me enojo y me indigno cuando la mediocridad se evidencia. Suele ser porque ocasiona un perjuicio evitable y uno no puede creer que el comportamiento mediocre actúe impunemente para producir sus consecuencias.

La mediocridad se ve en actos, en hechos. Y es importante evitarla como sea.

Los mediocres dejan su huella por la vida, plasman su mediocridad en cada una de sus injerencias y luego el mundo relata esa falta de empeño, de ganas, de preocupación.

De ímpetu por la dejadez.

Al mediocre le da lo mismo hacer las cosas mal o bien. Y actúa muchas veces sin escrúpulos, sin la más mínima intención de disimular su actitud deficiente.

Quizás el peor mediocre es el que acciona adrede. Niega sus potencialidades y se reduce a su mínima expresión, a sabiendas del daño que su conducta ocasiona.

Seguramente el discurso interno que se autoformula lo insta a obrar de esa manera. Y preso de su dialogo interno desprecia sus posibilidades hasta ponerlas en riesgo.

Está por ejemplo repleto de empleados mediocres que van a menos en cientos de empresas. Desde los telefonistas que no te atienden, o hablan con poca cordialidad, hasta los que se hacen los distraídos mientras los clientes esperan a ser atendidos. Ocasionando una burla y un desprecio a quien requiere de su intervención. Y una estafa al empleador que le paga su sueldo.

Como los mediocres proliferan por todos lados sus daños son permanentes y diversos. Y todos estamos sujetos a su lamentable conducta, que se refleja en circunstancias, en productos, en servicios.

En mi caso nada me espanta más que una persona comprometida con la mediocridad. Siempre creo que esa actitud es un repudio a su existencia y a las posibilidades que la vida le dio.

Si bien respeto su decisión, me parece un pésimo negocio y me enojan sus consecuencias porque siempre ocasionan perjuicios.

El mediocre va totalmente a menos denigrando su vida y sus posibilidades. Se acomoda a la comodidad que es repudiable para la excelencia, y transita la vida siendo siempre muchísimo menos de lo que puede ser.

Como si estuviera comprometido con su degradación, con el fallido encanto de su repudiable precariedad.

Apegado a sus limitaciones y en comportamientos que a veces rayan la negligencia.

De los mediocres huyo siempre irremediablemente, porque están en las antípodas de quienes buscan la excelencia. Esas personas que admiro, se juegan por quienes pueden ser y entregan cada día y en cada circunstancias lo mejor de sí mismas.

Por suerte cada vez que ejerzo la arbitrariedad me rodeo de ellos y me alejo en lo posible de los mediocres, que son esencialmente una pésima influencia para la vida. Porque como cualquier persona que está convencida de su filosofía o la honra desde hace tiempo, la difunde como adecuada o conveniente, sin saber o sabiendo.

No hay nada positivo que pueda rescatarse de la mediocridad.

Por eso creo que hay que huir de los mediocres siempre, con la mayor urgencia posible.



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