jueves, 11 de abril de 2019

El posesivo


Cada uno es como se le antoja y está bien que así sea, lo cual no implica que uno no pueda observar.

Cualquier curioso, persona que tiene la intención de desentrañar la vida o aprender de los demás, lo observa.

Como observa al inteligente, al tonto, al vivillo...

Uno observa para aprender y despabilarse, para dilucidar en efecto lo que está bien, lo que está mal, las lógicas virtuosas, las que conviene evitar...

Etcétera.

Nada es más eficiente que aprender de la experiencia ajena gracias al espíritu curioso del ser que observa, se pregunta y analiza.

El posesivo es todo un tema que impone el desafío de dilucidar.

De chicos uno puede transitar ese rasgo y con cierta madurez es fácil despegarse de el. Basta darse cuenta que el carácter posesivo es trabajoso, o asume cuantiosas cantidades de tiempo y conlleva a la actitud mezquina impropia para quien quiere vivir en bienestar.

No obstante está repleto de seres posesivos que necesitan tener una cosa, luego otra cosa más grande, luego otra.

Y otra más.

Otra cosa más chica y otra igual.

Varias de esas.

Es decir, varias más chicas, varias igual y varias más grandes.

Y así, así, así, el ser posesivo se envicia en su propia glotonería y es esclavo de sus cosas que le quitan la libertad y el inestimable beneficio de la liviandad, porque turbado entre sus pertenencias transita la vida pesado y abrumado por las propias exigencias que le demandan sus cosas.

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