domingo, 31 de enero de 2010

Piedrita de Domingo



Tres vueltas corriendo y después una breve caminata. Agarré una ramita bastante larga y de pronto encontré una piedrita. Aquí empieza la historia.

Llevaba la rama en la mano derecha. Una perra me acompañaba por detrás. Y mi vista clavada en la piedrita.

Uno, dos, tres pasos.

Pum, con la derecha.

Cuatro, cinco…

Pum, con la derecha.

La vista en la piedrita y yo con la derecha. Rítmicamente, al unísono.

Pum, con la derecha.

De pronto pensé que podría darle con la izquierda. Que la perrita me acompañaría igual y que sólo sería cuestión de preservar el ritmo con la vista clavada en la piedra.

Antes de pensar más, sonreí.

Pum, con la izquierda.

Y así fui, nuevamente rítmicamente.

Pum, con la izquierda.

Paso, paso, paso.

Izquierda.

Paso, paso, paso.

Izquierda.

Recorrí el parque unos doscientos o trecientos metros. Hasta que se me ocurrió poner fin a este cuento.

No sin antes hacer unos metros de intercalado. Tenía que darle una con izquierda y una con derecha.

Eso también fue rítmico, y estuvo bien logrado.

Caminé pausado unos cuantos metros más…

Hasta que me frené de golpe y agarré la piedra. La perra se detuvo y me observó alerta. Así que medí la distancia hasta una columna verde. Y pensé que darle desde lejos liberaría tensiones.

Tomé aire, apunté…

Pero pasó a un metro.
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