lunes, 11 de enero de 2010

Hoja en Blanco


A veces no tengo ganas de escribir nada. Pero vengo, abro la computadora y empiezo a escribir palabras. Espero que la hoja en blanco segundos más tarde me mire y me diga algo.

Y en verdad se porta bien porque termina hablándome. Aunque con frecuencia me mira fijo, resiste la provocación y no dice nada.

Pero yo, paciente, espero. Sé que tarde o temprano, segundos más o segundos menos me hablará.

El acuerdo es muy sencillo. No le exijo que me diga nada en particular. Ni siquiera pretendo que me hable de un tema específico.

Nada de nada.

Sólo que hable, entregue una palabra o relate a voluntad.

Yo espero como niño que pretende un cuento. Con la diferencia que no tiro de la pollera a mi madre ni me lanzo a llorar desenfrenado, por predecir la ineficacia de la treta.

No tengo claro el propósito del anhelado dicho que muchas veces resiste. Sólo la certeza de la ansiada palabra. Condición suficiente para predisponerme a la escucha y mantener la saludable expectativa.

Así que espero a que me diga algo. Es una actitud que sostengo unos breves minutos.

Hasta el punto final.
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