La Gran Poli
Las llamas se percibían a lo lejos y eran demasiado grandes como para no divisarlas desde la reposera. Así que me paré para advertir si se trataba de un incendio en el terreno en el que estaba, o bien ocurría en un terreno vecino.
Unos pasos bastaron para confirmarlo. Justo en la esquina estaba ardiendo el fuego con llamas que llegaban hasta la punta de los pinos.
En menos de un segundo corrí para precisar lo que ocurría. Y llegué hasta unos metros de la llamarada, donde se encontraba el cuidador observando.
Llegué alborotado gritando desde lejos. Pero Poli contemplaba las llamas como si fuera un espectáculo imperdible.
Tenía razón, lo era. Muchos metros de llamas en todos los colores que llegaban cada vez más alto. El fuego devorando todo el rincón del terreno, amenazando tomar los árboles cercanos, y él observándolo todo en silencio.
Con pocas palabras nos pusimos de acuerdo. El estaba quemando el pasto y decía tener la situación controlada. A decir verdad, el tenía razón porque hasta ese momento. Justo hasta ese momento podría aceptarse que no había incendio.
El estaba seguro que ese fuego amenazante se iba a apagar. Y yo, a juzgar por la situación, sólo me permitía trasladarle el beneficio de la duda.
Así que le transmití mi preocupación porque era claro que las llamas no las podría apagar con una manguera común. El y yo lo sabíamos.
Pero obró con la tranquilidad de quien experimenta la certeza. Así que me dejé llevar por su confianza.
Observé un minuto y crucé los dedos para que las llamas no lleguen hasta los tamariscos.
Después, resolví desandar mis pasos y volver hasta la reposera con cierta resignación, como confiándole el destino a Dios.
Noté que las llamas seguían su ritmo y me pareció percibir que por fin Poli empezaba a inquietarse.
De pronto él caminaba a mi par alejándose del fuego. Nos íbamos los dos en silencio, hasta que lo miré y le pregunté:
- A dónde vas?
- A buscar agua.
Unos pasos bastaron para confirmarlo. Justo en la esquina estaba ardiendo el fuego con llamas que llegaban hasta la punta de los pinos.
En menos de un segundo corrí para precisar lo que ocurría. Y llegué hasta unos metros de la llamarada, donde se encontraba el cuidador observando.
Llegué alborotado gritando desde lejos. Pero Poli contemplaba las llamas como si fuera un espectáculo imperdible.
Tenía razón, lo era. Muchos metros de llamas en todos los colores que llegaban cada vez más alto. El fuego devorando todo el rincón del terreno, amenazando tomar los árboles cercanos, y él observándolo todo en silencio.
Con pocas palabras nos pusimos de acuerdo. El estaba quemando el pasto y decía tener la situación controlada. A decir verdad, el tenía razón porque hasta ese momento. Justo hasta ese momento podría aceptarse que no había incendio.
El estaba seguro que ese fuego amenazante se iba a apagar. Y yo, a juzgar por la situación, sólo me permitía trasladarle el beneficio de la duda.
Así que le transmití mi preocupación porque era claro que las llamas no las podría apagar con una manguera común. El y yo lo sabíamos.
Pero obró con la tranquilidad de quien experimenta la certeza. Así que me dejé llevar por su confianza.
Observé un minuto y crucé los dedos para que las llamas no lleguen hasta los tamariscos.
Después, resolví desandar mis pasos y volver hasta la reposera con cierta resignación, como confiándole el destino a Dios.
Noté que las llamas seguían su ritmo y me pareció percibir que por fin Poli empezaba a inquietarse.
De pronto él caminaba a mi par alejándose del fuego. Nos íbamos los dos en silencio, hasta que lo miré y le pregunté:
- A dónde vas?
- A buscar agua.
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