El reconocimiento
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Publicado por Juan Valentini 0 comments
No conozco a ninguna persona inteligente que persista con ánimo caprichoso en su misma opinión.
Conozco gente inteligente de convicción, que se juega por lo que piensa pero siempre están dispuestos a replantearse sus miradas para superarse.
Están en las antípodas de los testarudos e inmodificables que creen tener su verdad incuestionable y han de dar la vida para demostrarte al otro que está equivocado.
La gente más inteligente que conozco en vez de estar recolectando datos para darse la razón y convencerse que está en lo cierto, se entusiasma por desafiar su pensamiento pensando dónde puede estar equivocada y qué convendría redefinir de su perspectiva.
Por eso escucha con atención e interés. Sobre todo si alguien piensa distinto.
Además, en vez de enojarse por la palabra disidente, se alegra.
La escucha absorto como al niño que le cuentan un cuento.
Hay un tema de seguridad.
Cuanto más inseguro es alguien más necesita tener razón y que cualquier salame le diga que es un genio.
El pensamiento disidente en vez de estimularlo le resulta una amenaza intolerable.
No lo puede ni escuchar
Siempre pienso que este es un motivo esencial que explica la proliferación de pusilánimes obsecuentes del mandamás en nuestro país.
Líderes inseguros terminan rodeados de ese tipo de mediocres y quedan con gusto embaucados por ellos.
Todo para que le digan siempre que tiene razón hasta en sus equivocaciones más notables y regodear su ego que no acepta ningún tipo de apreciación que contribuya a reflexionar o contradecir su opinión.
Sospecho que cuando alguien quiere volverse inteligente debe creer en el pensamiento disidente, propio y ajeno.
Debe preguntarse con ánimo de cuestionarse para redefinir su mirada. Más que reafirmarse y darse la razón.
La oportunidad de mejora no está en seguir pensando como piensa, sino en evolucionar hacia un pensamiento de mayor calidad.
Si no cambia de opinión nunca y se aferra a sus supuestas verdades va a vivir en la precariedad propia de su capricho y entendimiento.
Permanecerá engañado por sus certezas rodeado de pusilánimes que ejercen el oficio de darle siempre la razón.
Con los importantes perjuicios que esa actitud ocasiona.
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Siempre me preocupo por la realidad que viene.
Eso quiere decir que me preparo para transitarla y construirla de la mejor manera.
Podría no hacerlo y dejar que la vida me anoticie con recurrencia de sus caprichos. Dándole así una dosis de importancia a la suerte.
Que a veces favorece y muchas veces no.
Pero prefiero usar la reflexión, asumir la responsabilidad y tomar las decisiones que juzgue convenientes para construir el destino.
Temo que me pase como quienes dicen, quién hubiera pensado que sería esto o aquello.
Que tendría tantos hijos o viviría en tal o cual lugar.
Por eso no hay que dejar de preguntarse qué voy a ser cuando sea grande. El día que me responda eso o encuentre la respuesta definitiva, la vida se habría cerrado, la aventura de vivir habría fracasado y el entusiasmo por encontrarse con lo que viene se habría aniquilado.
Muere mucho quien deja de preguntarse qué va a ser cuando sea grande.
Sin importar la edad que tenga.
Volviendo al entuerto del destino hay cuestiones que inquietan. Hasta hay personas que jamás hubieran pensado que estarían en esa función.
Contador, abogado, médico, electricista, portero, cajero...
Lo que sea.
Hay mucha gente cambiada de lugar como cualquiera puede observar. Por ejemplo el mozo era quizás jugador de fútbol o albañil o juez. Pero es mozo.
O el arquitecto amargado era mozo. Pasa que la vida lo sorprendió y ahí lo encontró, siendo lo que no es y refunfuñando.
Qué culpa tiene el destino o quien se lo cruza.
Yo no sé, no sé ustedes.
Cada vez que un consumidor se encuentra con un empleado atravesado que lo tiene que atender en el comercio que sea, lo único que puede saber si quiere es que muy presumiblemente ese empleado no es lo que está siendo.
Era otra cosa en esencia, pero terminó ahí por voluntad propia y a diario por elección convalida su fracaso en vez de erradicarlo.
Estafa al empleador, estafa al cliente.
Y se estafa a sí mismo.
Por eso es increíble que haya gente que no deje de apegarse a sus errores, aunque pasen los años y lo pague con su tiempo y frustración.
Uno puede ser feliz en cualquier lugar y en cualquier parte, quizás con una multiplicidad de roles que podría asumir.
Podría ser varias cosas a la vez o quizás una sola.
Quien piensa que sólo iba a ser abogado, contador o lo que fuera, tal vez era excelente en otras funciones.
En cualquier caso para salir del vericueto y no predisponernos a enredarnos, diría que el destino lo construyen quienes asumen responsabilidad y se hacen cargo de construirlo.
Y lo encuentran quienes no obran de esa manera.
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