domingo, 17 de diciembre de 2023

La fabulación

 

En general uno puede concluir que el ser fabulero está al pedo.

Se me escapó.

Pero algo de eso hay, supongo, sospecho, corroboro y observo.

El tema es que el ser fabulero puede entrometernos en menesteres propios de su fabulación, que entreteje contando a otros seres desprevenidos que pueden por distracción o exceso de confianza creer en los cuentos que el fabulador es capaz de pergeñar primero y relatar después con mayor o menor destreza para lograr la credibilidad de los relatos más o menos escabrosos que supo elucubrar.

Cuando uno anda por la vida atento y tiene ya algunos jóvenes viejos años, lo advierte todo casi antes de que acontezca.

Y escucha el cuento aferrado a los hechos sin dejarse embarullar por las palabras que por más esfuerzo que hagan están desajustadas de la realidad. Con lo cual el esfuerzo del fabulador suele caer en saco roto porque lo simbólico que falsamente procura orquestar por más esfuerzos que haga siempre es endeble ante la contundencia de la realidad, que habla como un grito desacreditando con hechos la farsa.

De modo que el fabulero revive en los conflictos que pueda generar a partir de las patrañas que él mismo puede creer para embaucarse con gusto. 

Esa es la principal duda que merece abrirse a la disquisición, tal vez.

¿Sabrá el fabulero que sus cuentos son una mentira o en verdad los cree y es víctima de su propia farsa?

Qué se yo, problema de él.

¿No?

O de ella.

Por eso ante esta cuestión que puede aparecer en vuestra existencia y que me inquieta por circunstancias más o menos recientes, comento que yo estoy atento apenas un susodicho de esta especie me aborda con entusiasmo para casarme de algún modo como participante de sus cuentos. 

Y siempre me digo, conmigo no.

No quiero problemas. No quiero enredos. No quiero ser parte de ninguna farsa.

Así que apenas escucho al fabulador de turno la primera vez, huyo despavorido y en adelante lo esquivo tanto como puedo.

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