domingo, 5 de noviembre de 2023

¿Cómo hago para leer?


Estoy sentado, escuchándolo todo.

Emergen mundillos internos ajenos, novelescos, propios de la ignorancia que se entusiasma con lo peor de la elucubración. 

Observo impávido, cuando de repente un susodicho me mira y dispara.

¿Cómo hacés para leer?

La pregunta no es neutral, sino reclamativa. ¿Cómo hacés para leer tanto?, escucho. ¿En qué momento leés?

Me cuesta creer lo que escucho, pero de inmediato pienso que leo mientras él corre, seguramente. 

No sé, nunca me pregunté eso. Ni nunca nadie me había reclamado sobre mi decisión de leer. 

¿Cómo hago para leer?

Bueno, yo agarro libros. Es decir, yo siento la inquietud de agarrar libros, los que sean. Me entusiasmo como un niño ante esa posibilidad. Entonces lo que hago es tener un genuino interés en un hallazgo que siempre me resulta valiosísimo.

Oro en polvo, para sintetizar.

No es que todos los libros son oro en polvo, pero muchos de ellos lo son.

Entonces, yo simplemente arranco con esa genuina disposición, ese entusiasmo inalterable, propio de un niño que quiere encontrar la sortija y sabe que la agarrará.

Como sea.

De modo que me lanzo a los libros y agarro uno. Uno de ellos. Entre tantos que voy sumando a mi biblioteca. Pero siempre agarro uno.

Uno solo.

Porque de a uno leo en momento presente. Luego por ahí lo suelto y al rato agarro otro.

Pero siempre es un libro a la vez. No puedo leer en simultáneo dos páginas de libros distintos al mismo tiempo.

Eso no lo logré, ni se me ocurriría intentarlo.

Así que agarro un libro, lo agarro primero con una mano, luego con las dos. Y ahora que me preguntás cómo hago para leer, me doy cuenta que me quedo un rato viendo la tapa.

Mirá vos.

Creo que es algo frecuente, me quedo un rato o un ratito, no sabría precisar exactamente cuánto. Pero me quedo un rato como tildado, mirando la tapa. 

En la estratófera.

Pienso ahora que tal vez es un ritual inconsciente que me conecta con el libro.

No sé, digo como para balbucear algo.

Después de agarrarlo y quedarme con la mirada perdida ese breve instante, con mano derecha doy vuelta la tapa.

Siempre así, siempre empiezo desde adelante. Por eso primero la tapa.

La tapa es la portada, digamos, lo primero que uno ve de un libro.

Aclaro.

Entonces con mano derecha doy vuelta la tapa, y ahí ya no sabría precisarte bien. Porque en general es un autor que conozco, así que no sé si miro mucho la solapa.

¿Solapa?

Sí, esa solapita que está pegada a la tapa, que ocupa unos centímetros y está hecha del material de la tapa. La ves justo cuando das vuelta la tapa.

Bueno, te decía, esa solapita a veces la leo y a veces creo que no la leo.

No estoy seguro, para qué te voy a mentir. 

Pero ahora que lo pienso un poquito más, creo que antes de la tapa, no estoy seguro, miro con entusiasmo la parte de atrás en primera instancia. La leo con atención y, muy posiblemente, releo algún pasaje.

Sospecho que es una parte muy cuidada y debe representar lo esencial del libro, por eso la miro con suma atención.

Después sí, la técnica es sencilla. En mi caso paso la vista por las letras. Sigo en orden, oración tras oración. De izquierda a derecha. De arriba hacia abajo.

Eso hago para leer.

Es decir, veo letras. Me detengo. Descifro qué dice cada palabra, cada oración. Y voy recibiendo esa información en mi cabecita. 

Y ahí voy pensando, por supuesto.

Pensando con apertura, con la humildad de quien se lanza a la lectura para enriquecerse, no para desmentir al autor. Si no para apiolarse, desafiarse, transformarse, lograr resultados y elevar su nivel de consciencia.

Bueno, no quiero aburrir, pero solo respondo la requisa, ¿cómo hago para leer?

Así que así voy, palabra tras palabra, renglón tras renglón, párrafo tras párrafo.

Y hoja tras hoja.

Ah, el libro no lo leo de un tirón. Voy leyendo, parando, subrayando.

Hago una línea vertical en párrafos u oraciones, un garabato tipo estrella donde encuentro lo esencial, y un subrayado en pasajes que considero prominentes.

Luego con el tiempo vuelvo a ese libro y leo esencialmente eso.

Sí, vuelvo al libro. Para leerlo con prontitud y tomar el valor esencial que detecté en el hallazgo.

De hecho este año releí más de lo que leí. 

En fin, cuando termino el libro, lo cierro.

Y lo guardo.

Así leo yo.


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