lunes, 13 de noviembre de 2023

La Concepción del debate

 


No voy a hablar de un debate en particular ni entrometerme en el debate Presidencial argentino porque no es nunca mi intención exacerbar a las fieras ni ganarme enemigos gratuitamente de un lado y del otro.


Voy a hablar simplemente del debate como una posibilidad de encuentro entre dos o más personas.


Punto.


Aparte.


La Concepción del debate es central para definir la disposición de quien debate en esa circunstancia.  


Si quien debate interpreta que es un escenario para doblegar al otro, lo esperable es que vaya dispuesto a confrontar, desmentir, desacreditar y hacer trastabillar tanto como pueda a su oponente, con la finalidad de perjudicarlo tanto como sea posible.


Claramente es una posibilidad.


Es decir, se interpreta el debate como una contienda donde dos oponentes más que adversarios se ven como enemigos dispuestos a pelear, usando todas las armas habidas y por haber, con la intención de que uno de ellos gane y el otro pierda.


Esa aproximación es la menos productiva de todas las aproximaciones posibles, daña el vínculo de quienes debaten, erosiona sus emocionalidades y hace que la experiencia en vez de ser lo más agradable posible, sea lo más desagradable posible para ambas partes.


Es como ir a pelear con la única intención de derrotar al otro, dañarlo y dejarlo malherido.


No es por ahí.


Aunque algunos o muchos pueden pensar lícitamente que es por ahí. 


Porque lo único que importa es ganar a cualquier precio, con los trucos que fueran, con las más sofisticadas trampas y engaños que cualquier hijo de puta sea capaz de imaginar.


En fin…


El tema es que justamente esa perspectiva denigra a las personas intervinientes, instándolos a asumir disvalores que lejos de enaltecerlos como personas los denigra innecesariamente.


Es decir, no está bueno ejercer la peor versión de una persona para ganar en una contienda.


Si eso significa chicanear, agredir, desacreditar, burlar, mentir, engañar…


Etcétera.


Con lo cual caer en esa posición para obrar en consecuencia es lisa y llanamente una trampa insana que es mejor evadir.


¿Cómo?


Disponiéndose a interpretar la posibilidad de debate de manera diametralmente opuesta. Donde el otro no es un enemigo, sino un adversario, alguien que tiene una mirada distinta para lograr los mejores objetivos posibles.


En ese caso no se trata de estar en guardia para desmentir, sino estar abierto para escuchar, ayudar a pensar y enriquecerse en la posibilidad de construir ideas y soluciones superadoras.


El debate entendido como una valiosísima posibilidad para apalancar intelectos mutuamente en función de aspirar a las comprensiones más convenientes que iluminen las decisiones y los cursos de acción apropiados en beneficio de todos.


Para eso es crucial ver al otro como un compañero de circunstancias, una persona que hace lo mejor que puede y tiene sanas intenciones.


Si se cree que el otro es un farsante, un chanta o un embustero, claramente es difícil asumir una posición ante el debate que en vez de enaltecer a la persona obrando con bondad, honestidad, cordialidad y don de buena gente, la denigra instándola a proceder de la peor manera.


Y si bien no hablo del debate Presidencial, se debe partir de la base que cualquier compatriota que se ofrezca a ocupar el mayor cargo público del país tiene esencialmente buenas intenciones, porque sería disparatado pensar que su motivación es arruinar el país y a cada uno de sus ciudadanos.


Si eso sucede no es por su maliciocidad, sino por la degradación de sus valores y su incompetencia.


Y si bien no hablo de lo que de alguna manera hablo en este escrito, no puedo dejar de decir que ojalá el debate sea siempre una posibilidad de encuentro donde cada participante se luzca por su disposición a contribuir, por su respeto y valoración del otro, y principalmente por ejercer el rol de ser una buena persona.


Que así sea.


Amén.  


 


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