Me han dicho
Hace tiempo me han dicho una cosa y la otra. Y hace tiempo caía inocentemente en la trampa, porque nada era tan interesante como lo que me han dicho. Aunque en verdad no me lo han dicho a mí, se lo han dicho a otro y yo apenas me apresto a escuchar con interés que es lo que le han dicho.
En realidad me aprestaba, porque no me apresto nunca más.
Creo.
No estaría completamente seguro. Aunque de manera estratégica e innegociable asumí una clara predisposición a negarme a escuchar lo que cualquier persona interesada en chusmear cuestiones que no me incumben intentan dejarme dicho.
Quizás debe ser porque ya lo escuché todo y lo vi todo también.
Vi al chismoso ensalzarse en reproducir lo que supuestamente ha escuchado y jura que es estrictamente cierto. Y vi también las víctimas recurrentes que son personas exitosas, que logran objetivos o bien viven.
Mientras el chismoso habla sobre los que viven.
Los cuentos del chismoso suelen ser estimulantes porque no se anda con chiquitas. Se basan tal vez en un indicio de la víctima que es real y a partir de esa posibilidad entreteje la historia que tiene mayor o mejor verosimilitud y tiende siempre a perjudicar a la víctima.
La alegría del chismoso entregando el chisme es una evidencia de la envidia que suele envenenar su alma y que al parecer destila en estas vulgaridades como una forma fallida pero irrenunciable de atenuar su frustración.
Quizás al ver que el otro vive y él o ella no.
Los chismosos son tan entretenidos como precarios y dañinos. Hieren impunemente desde la farsa que elucubran o reproducen y quedan presos de las vidas de los demás.
Con los ojos obsesionados en los protagonistas de sus cuentos.
Actúan así como burdos espectadores de vidas que no les competen.
Mientras consumen sus días atrapados por la vulgaridad.
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