La insana picardía
Primero hay que persuadir las mentes para que luego se produzcan los comportamientos convenientes, los que pueden beneficiar al ser humano y a la sociedad.
Para persuadir las mentes es necesario trabajar en valores, que son reguladores de las conductas. Imprimen de alguna manera los lineamientos que impulsan a obrar a las personas en determinadas sendas.
Si la persona construye valores y los honra, va conformando una identidad y una forma de estar en el mundo. Empieza a ser alguien reconocido para él o ella y para los demás.
Cuanto más obra en concordancia con sus valores, más alineado está su sentir, su pensar y su actuar.
Sin perjuicios de deslices que quizás la naturaleza contradictoria y errática del ser humano puede manifestar.
Lo cierto es que fomentar valores es importante para producir conductas. Y es por esa relevante condición que se vuelve necesario propiciar los valores más sanos posibles para los seres humanos, dado que incidirán en ellos y en la sociedad en su conjunto.
Lo que ocurre en estos tiempos pareciera ser un estado de confusión, que facilita el extravío y el despropósito del accionar humano. Cada robo, cada asesinato, cada actitud de bajeza que conlleva una intención de perjuicio sobre el otro, cada acción propia de la viveza criolla, revela ese estado de confusión y despropósito que se difundió ganando muchos adeptos.
Es que el camino corto y la posibilidad de lograr objetivos a cualquier precio suele ofrecer resultados. Y los resultados, por más cortoplacistas que sean, son una evidencia indisimulable para persuadir nuevos adherentes.
Cuando alguien logra algo a la vista de todos usando las patrañas que fuera, motiva al resto a obrar igual. Porque el logro del objetivo por más vulnerable y endeble que fuera, es una elocuencia del resultado que incita sin dudas a persuadir al resto a obrar de similar manera.
Con insana picardía.
Podemos apreciar que cuanto menor es la calidad de valores de una persona, mayor es la disposición a obrar con malicia o insana picardía. Por el contrario, cuanto la persona es más formada, o más consciente de la importancia de obrar con bondad, esas posibilidades se vuelven inexistentes.
Porque existe el remordimiento de conciencia y la íntima convicción de que nada es mejor que sentirse bien consigo mismo o cuidar a los semejantes. Por más desconocidos que fueran.
Por más rivales o adversarios que sean.
Es raro que la insana picardía o la voluntad de perjudicar al otro, bajo las formas que fueran, sigan ganando adeptos más allá de los resultados endebles de sus logros. Al largo plazo lo que siempre se evidencia es que a la persona que obra mal, siempre le termina yendo mal.
Eso es así si uno observa con verdadera intención y propósito incluso a quienes en apariencia logran elocuentes resultados accionando de manera insana.
Quienes por el contrario siempre procuran en sus vidas obrar bien, a la larga les va siempre bien.
Es porque la felicidad se esconde detrás de los sanos valores y la paz con uno mismo.
Es bueno que sea así.
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