viernes, 14 de junio de 2019

Hay que decirlo


La gente calla por especulación, cobardía y por un montón de cuestiones que la convencen que es mejor callar que decir para evitar problemas. 

Desde el silencio entonces muchos seres persuadidos de esa conveniencia permanecen y actúan con espíritu acomodaticio ante las circunstancias que se les presentan en la cotidianidad.

No abren la boca.

Convalidan todo. O no dicen absolutamente nada.

Convencidos del mutismo permanecen sigilosos observándolo todo. Atestiguando muchas veces el despropósito pero renuentes con la posibilidad de levantar la mano y decir lo que piensan.

Muchas veces el temor a represalias o las mezquinas intenciones personales los persuaden lo suficiente para aferrarse al mutismo y callar lo que piensan.

Con los labios cerrados puede suponerse que el ser silencioso se atosiga de sus silenciosos pensamientos y queda como empachado de esos decires que jamás encuentran algún viaducto para vehiculizarse. Se acomodan entonces quizás cientos de palabras, frases y párrafos en su interior. Algo extraño y escabroso que sin lugar a dudas tiene sus consecuencias. Aunque no podremos discernir a ciencia cierta cuáles serán, porque pretender precisarlas sería una acción de riesgo de cualquier parlanchín que apenas puede permitirse suponerlas, porque está convencido de su existencia.

El tema con los silencios pensamientos que se tragan por íntima conveniencia es que no solo podrían estar envenenando a quienes los honran a rajatabla, sino que su consecuencia inmediata, directa y discernible, es que dejan el mundo como está. 

Sin modificarlo en absoluto.

Y ni siquiera lo inquietan.

Quizás por eso los seres silenciosos que resuelven la vida honrando la pusilanimidad de espíritus miedosos y cobardes, pueden favorecer con esos actos los peores despropósitos sin siquiera inmutarse.

De ahí que esa actitud si bien es respetable, porque es un derecho inalienable y personal, es a la vez deplorable.

Indigna para cualquier persona dispuesta a luchar y a acomodar el mundo cada vez que a su humilde entender el mundo se desbarajusta.

Y como el mundo se desbarajusta a cada instante, lo que está en nuestras manos es quizás alentar a los pusilánimes, acomodaticios y obsecuentes a que crean menos en el silencio y crean más en abrir la boca.

Sí, se puede.

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