sábado, 18 de mayo de 2019

Vicisitudes de escuchar


No escucha quien no quiere escuchar.

Es una obviedad, lo sabemos hace tiempo. Uno mismo lo sabe sin lugar a dudas. Basta corroborarlo cada vez que quiera para darle crédito a esta verdad incuestionable.

Porque uno no escucha si no quiere escuchar. A pesar de la insistencia. A pesar de los reclamos del otro. Que puede decir, hey, mirame, a ver, dale, escuchá lo que te quiero decir. Prestame atención. 

Aún ahí uno, que seríamos nosotros, uno decide si quiere escuchar o no. Si quiere mirar al otro o no. O bien negocia con uno y resuelve.

Lo mira y no escucha, por ejemplo.

Se queda pensando en los pensamientos que lo tienen enredado o maniatado, son más relevantes o urgentes y requieren una suerte de intervención que bien podría pensarse que en ciertas instancias es quirúrgica, para mantener el orden en la vida, en sus objetivos inmediatos y en definitiva, en el mundo que supo conseguir o se apresta a construir.

Nada es más interesante que una persona que sale a paso firme a acomodar la realidad a la vida que quiere conseguir.

Cosa que también tiene que ver con la escucha.

Porque la escucha más esencial es la propia escucha, la escucha de uno mismo.

Quién es, qué quiere, a dónde dice que tiene intención de ir. Realmente quiere ir. Cómo irá. Con qué valores. Con quién o con quiénes.

Etcétera.

Sin esa escucha básica, esencial e irreductible uno puede acrecentar las contrariedades y andar bamboléandose en circunstancias diversas producidas por impulsos espontáneos que poco o nada le contribuyen. Aprestándose a un desorden existencial que excelsa contradicciones y acciones fallidas que luego quedan como antecedente perturbador que suele impedir su eliminación, parcial o total, según el caso de la incidencia que fuera.

De manera que con tal actitud el ser queda de algún modo entrampado en su propia lógica de imprudencia irreflexiva e impulsiva que fomentó las circunstancias que atravesó.

Dicho esto y para finalizar, parecería conveniente no olvidar las facultades que nos son propias y resolver en un acto de responsabilidad la decisión de qué escuchar y a quién escuchar.

Eso en primer lugar.

Pagando los precios que obviamente fueran. Como los paga el maleducado que se niega en forma rotunda y determinante a mirar al interlocutor que reclama su atención, pero se mantiene firme en su posición ejerciendo su derecho.

Por ejemplo.

En segundo lugar parecería conveniente escucharse a sí mismo, en un acto de auténtico compromiso y responsabilidad.

Con atención y sin hacerse trampa.


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