jueves, 21 de febrero de 2019

Miradas empañadas


Lo que se ha perdido al parecer en forma notable es la predisposición a la inteligencia. 

Estamos repletos de miradas empañadas.

Es como que mucha gente decidió renunciar a pensar. Por lo menos por sí misma.

Piensa desde su identidad irrenunciable y se vale de las afirmaciones que alguien de su línea difunde. Entonces repite como loro lo que escucha y le viene bien para defender su posición.

Es un diálogo de tontos cada vez que el encuentro se basa en buscar argumentos para imponerse al otro como sea. Y es de tontos especialmente porque el único y verdadero propósito de esa disposición es demostrarle al otro que uno está en lo cierto y es él o ella quién están equivocados.

Cosa que en esa suerte de intercambios improductivos, nunca se logrará. Porque aún cuando aparezcan datos evidentes o sin posibilidad de ser refutados, a la persona lo único que le interesa es defender su posición, no replantearla.

Para lo cual no tiene ninguna intención.

Por eso hay tanta gente que pareciera dar la vida por la identidad en vez de darla por la inteligencia.

Esta suerte de actitud cegadora al parecer preponderante es la que representan las miradas empañadas que se hacen notar en nuestra cotidianidad.

Mucha gente las honra sin siquiera saberlo y hasta es capaz de entregar la vida por defenderlas.

No tiene ningún interés en suponer o sospechar que en algún aspecto de sus verdades puede estar equivocada. Y que si se dispone a un diálogo enriquecedor podría redefinir sus perspectivas o al menos enriquecerlas.

Sus certezas le nublan la posibilidad de desplegar la racionalización y favorecer el desarrollo de su intelecto.

Y su valoración de la identidad la insta en su grado máximo a la decisión de negar la evidencia. Todo para seguir siendo el mismo y persistir con la misma perspectiva del mundo.

El otro no es más que un estorbo si la invita a pensar de manera disidente y es un potencial enemigo si insinúa una mirada que discrepa con su punto de vista.

Las cosas son como la persona cree que son.

Punto.

Ante esta situación a uno no le queda más que  percibir cuanto antes a las miradas irrenunciables empañadas y retirarse del diálogo antes de iniciarlo.

Sabe que pierde la posibilidad de nutrirse de la mirada del otro, pero al mismo tiempo evita enojos que ascienden hasta la ofuscación de su semejante de turno.

Por eso elige circunstancialmente la paz.

Y gana el silencio.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Podés dejar tu comentario como usuario de Blogger, con tu nombre o en forma anónima. Seleccioná abajo.