viernes, 15 de febrero de 2019

Comentarios maliciosos


¿Debemos opinar de todo, todo el tiempo? 

Así como respiramos, opinamos y en estos tiempos los opinólogos por convicción están a sus anchas. Es como si ponés un gordo liberado en una heladería cerrada, no para de atosigarse de tarro en tarro hasta quedar pipón.

Disculpen la metáfora.

Pero el opinólogo irrefrenable puede hacer de las suyas a voluntad entrando a uno u otro portal de internet, incluso con algún usuario anónimo y decir lo que se le cante sin sufrir ningún tipo de consecuencia.

Yo lo he visto hasta en las notas de fallecimiento, donde al leer unos pocos comentarios, hay quienes se burlan o ríen de la desgracia ajena. Situaciones que elucidan con elocuencia que la bajeza humana no tiene límites y la degradación de los valores alcanzó una profundidad inaudita.

En nuestro querido país la situación se agrava porque tanto preponderó la ideología del fracaso que se multiplicaron los fracasados y resentidos, con lo cual exudan veneno ante cualquier posibilidad que se les presenta. 

Ni hablar ante cualquier exitoso que asoma la cabeza o publica un artículo.

No importa que sea un notable actor, artista, economista, politólogo, profesor, periodista, deportista, político honrado, cantante…

Basta ver los comentarios debajo del exitoso para tener una única certeza, que un séquito de fracasados y envidiosos, tomados por un enojo irrenunciable, deben liberarse de un veneno que los intoxica y que al parecer alivian con comentarios maliciosos tan hirientes como sean posibles.

Todos lo vemos.

Y muchos nos compadecemos con las víctimas de turno, sobre todo cuando observamos que la persona es bien intencionada y se predispuso por ejemplo a aportar una opinión que pudo tener una incidencia sana en la realidad.

Aún así, aún cuando el autor por ejemplo tiene la mejor de las intenciones, apenas asoma la cabeza recibe el puñal que más de un lector anónimo tenía preparado bajo el poncho.

Eso pasa también en twitter, cuando uno ve por ejemplo un programa que tiene varios invitados notables, apenas balbucean un par de frases las fieras arremeten con hostilidad sin ningún miramiento.

La intención es clara, cuanto más puedan herirlo y denigrarlo, mejor.

Así de perversa se manifiesta esa patología de los perdedores que detestan a los ganadores.

Siempre he pensado que quizás parte de la decadencia argentina se debe a esta burda cultura mediocre e insana. De tanto admirar a los fracasados y ensalzar las virtudes de la detestable pobreza, se fomentan pobres, resentidos y frustrados

Que luego sufren los exitosos de nuestro querido país, que al parecer solo unos pocos admiramos.

Y aprendemos de ellos.


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