jueves, 13 de mayo de 2010

El Tiempo



Yo me avivé hace unos años.

No recuerdo exactamente cuándo. Lo que sí sé, lo que tengo bien claro fue la situación, el momento sublime de la elucidación. Donde se insinuó la verdad y emergió la sabiduría.

Estaba entre el público, sentado un poco lejos. Expectante ante la presentación de la charla de Santiago Kovadloff. Tal vez uno de los mayores ensayistas de la Argentina que se caracteriza por la maestría del lenguaje.

Estaba yo, a lo lejos, subsumido en el anonimato. Representando de alguna manera la irrelevancia, la insignificancia de un papel secundario e intrascendente.

Fue al pasar cuando Kovadloff le puso los puntos a las íes. Creo que no se dio cuenta, pero puso los puntos con precisión y elocuencia.

Lo hizo. Y bien hecho que estuvo.

En efecto pasó por la síntesis como si no hubiera advertido ese atisbo de verdad o, para ser más exacto, esa determinación de la certeza.

Una exacta representación que sintetizaba la naturaleza del ser.

Kovadloff había entregado un regalo del cielo y compenetrado en un decir que se volvía cada vez más interesante, se alejaba del presente que nos había hecho sin acentuarlo. Dejándonos la verdad para siempre.

Desde entonces me quedé con su frase, con ese momento excelso de claridad, y la desplegué por la vida. Entregándola como caramelos a cuanto amigo se cruzaba por delante.

Siempre citando la fuente, claro. Y a veces explicando el contexto.

Kovadloff dijo…

Somos tiempo.

Gracias Santiago.
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