sábado, 27 de febrero de 2010

La Elección



L
legué apresurado a una confitería ruidosa. Antes de entrar ya me había visto, así que se adelantó a pagar la cuenta y salimos.

El propósito del encuentro era hablar de un extenso escrito que había hecho. Mi amigo lo había leído y acordamos tomar un café para que me transmita sus comentarios.

Serían las 16 horas cuando abrimos la puerta de la confitería que está frente al Congreso en Buenos Aires. Pasó él, pasé yo.

Buscó inquieto la mesa más alejada, no quería que haya ruido ni que nada perturbe. Así que nos sentamos con la única predisposición de celebrar el momento.

Mi amigo me comentó todo lo que le había generado la lectura, y tuvo la amabilidad de desarrollar en profundidad su mirada sobre el escrito.

Tomamos dos cafés, intercambiamos opiniones, y nos dimos el tiempo para cerrar esta charla que teníamos pendiente.

Otra vez el mozo, otra vez la cuenta.

Agarramos las mochilas, pagamos y nos fuimos. Salimos por Rivadavia un poco alborotados, caminando con prisa. Los dos íbamos a destino.

Aproveché entonces para transmitirle cierta inquietud sobre los matrimonios que perduran sin encanto, sostenidos por el valor de la persistencia. Me perturbaba la lógica de la hipocresía que observaba en algunas personas, que decididas a sostener el cuento hasta el final, parecían resignar la vida.

Lo miré a Oscar como exigiéndole una explicación. El tiene unos buenos años y le sobra sabiduría. Así que entre los pasos por fin dejó de mirar para adelante, se dio vuelta y me dijo:

- No te preocupes Juan, ni vos ni yo elegimos vivir así.
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martes, 23 de febrero de 2010

Simplicidad


Hace un tiempo resolví aquietar los ruidos y encontrar la paz.

En la simplicidad está la verdad. Aunque sospeche últimamente de la validez de buscarla. Del motivo que supone la persecución del intento. El encuentro anhelado que parecería fructífero. Tendría un valor absoluto, supremo.

Hoy dudo de la ineficacia de la verdad. Resigno por voluntad propia el interés que me lanza a su búsqueda. Con la vocación de renunciar al juego. Determinado a desistir del sano y a veces estimulante propósito.

Decido entonces afirmarme en la simpleza. Honrar las antípodas de la complejidad. Para observarlo todo desde la pureza que supone la inocencia y la predisposición que facilita el aprendizaje.

Como si fueran ojos desprovistos de conceptos, circunstancias, valores que los acechan. Para ver el mundo pintado a voluntad, con las mismas pinceladas. El valor de lo predecible y cierta resistencia a atisbos desalineados.

Hoy decido abrir los ojos y verlo todo. Mirar por fin con los ojos abiertos.

En la simpleza está la verdad, porque revela la profundidad de la existencia. Desprovista de ornamentos y pretensiones hace que la vida se exprese. Cobre forma en el aire que mueve las hojas de aquel árbol, o en la hormiga que parece haber fijado su objetivo a unos metros y no se le ocurre ceder el paso.

¿Por qué va tan apurada la hormiga?, ¿Qué le imprime de semejante convicción para sostener esos pasos decididos?, ¿Por qué va para allá, y sólo para allá, sin la mínima intención de contemplar un desvío?

Cuanta gente muere sin haber visto en verdad aquél árbol que participó de su camino, la piedrita que estuvo a su lado, el viento que rozó su cara. O aquellas estrellas que aprendí a ver por primera vez una noche de verano.

Porque la simplicidad es siempre un regalo que merodea. Pero sólo una disposición a aceptarlo puede hacer que emerja ese sutil encanto de su belleza.

La complejidad siempre acecha para confundirnos y desviarnos. Porque la seducción de la abstracción se presenta como una experiencia intensa, reconfortante.

Pero hoy me afirmo en la simpleza.

Para que la vida se haga presente y la existencia por fin se exprese.
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domingo, 21 de febrero de 2010

El Cuento



Valentini, escribí esto.

Me dijo mi amigo, contento como un niño. Mientras atestiguaba una situación que suponía debería ser memorable.

El sonreía y me invitaba a registrar el momento. Ya había sido partícipe y protagonista de otras confesiones. Así que sabía muy bien que ese instante, justo ese instante, bien era merecedor de un escrito.

Mi amigo me miraba como anhelando ver el texto. Con la expectativa que tiempo después vuelva a ser parte del escrito y el dueño indiscutido de la circunstancia eterna.

No recuerdo qué era. Lo que sí sé es que suelo escribir sobre cierta cotidianidad. Pasajes de la vida en los que participo y por alguna razón se vuelven significativos.

De modo que cada vivencia es susceptible de ser capturada para emerger desde un mundillo de complicidad silenciado, a una vidriera con desconocidos transeúntes.

No sé cuánto tiempo pasó, pero hoy lo veo a mi amigo con la sonrisa del niño que espera encontrarse con su cuento.

Me pregunto si le habré fallado. Si la memoria vendrá algún día para traerme lo que debería expresar. Recuperar esa cotidianeidad que vivimos para procurar trascendencia.

No recuerdo qué era digno de contar. Aunque veo con precisión su cara que me mira, con atención y anhelo.

- Valentini, escribí esto.

El está ahí. Me mira y yo lo veo. Unos segundos nos separan de cierta complicidad que nos permite el silencio.

Me pregunto dónde andará René. Yo ahora…

Ahora lo cuento.
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sábado, 13 de febrero de 2010

Post de Verano


Hoy tomé una decisión importante. Decidí liberarme de una buena vez de cierta perturbación que me acompañaba.

El verano fue un buen tiempo de reencuentro con mi blog. Así que escribí, sin prisa pero sin pausa.

La idea de no publicar más de un escrito por día hizo que vayan quedando algunos pendientes. Y esto provoca cierta energía molesta que pugnaba por liberarse.

De manera que la libero hoy, al publicar todos juntos los escritos que tenía pendiente difundir.

El problema muchas veces no suele ser escribir, sino liberarse de los escritos. Así que ahora los entrego a todos, ya no los quiero retener más. Que se vayan con ustedes.

Espero que les resulten agradables, que puedan compartir sus comentarios y comprendan cierto atropello que puede significar esta entrega.
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La Irracionalidad


Ojalá un día venga la irracionalidad, pregunte por mí, me agarre de la mano y me lleve a vivir algunas circunstancias.

La irracionalidad sana, por supuesto.

Pero que venga, que venga a buscarme.

Que siente en la silla a la razón. Levante el dedo índice. Lo mueva con rabia y le diga:

- Chiquita, quién te crees que sos. Te parece que mandabas, pero se terminó. Ahora te quedás ahí, calladita.

Que se le ría en la cara a la razón. Y si la quiere desafiar, que se ponga de pie, avance unos pasos y la siente de una cachetada.

Un buen sopapo.

Para luego agarrarme de la mano y que nos mandemos a mudar.
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El Mundo


A veces me llevo el mundo por delante. Y a veces el mundo me lleva por delante a mí.

No es algo que esté premeditado. Emerge así sin mayores trámites.

Cuando me llevo el mundo por delante todo es posible, las circunstancias se acomodan sin resignación y la realidad se construye a voluntad.

Cuando el mundo me lleva por delante, sólo percibo cierta tristeza que delata susceptibilidad.

Hoy se me ocurre hacer un acuerdo, porque empiezan las vacaciones.

Ni yo llevo por delante al mundo, ni el mundo me atropella a mí.

En marzo, renegociamos.
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Desatado


Hace un tiempo tomé una de las decisiones más inteligentes de mi vida. Resolví pegar el último tirón y desanudar la madeja.

En verdad era un ovillo repleto de nudos por todas partes. Un cúmulo de ciertas complejidades que tenían un ilusorio encanto. Y concluían en un desgaste de energía dilapidada.

Pero no, di el último tirón con decisión y entusiasmo.

Bien hecho que estuvo. Si no lo hubiera dado andaría enredado entre pensamientos y circunstancias.

Pero aquí estoy. Desatado.

Ahora cuerpo y mente están alineados. Si vamos para allá, vamos todos para allá. Si venimos para acá, venimos todos para acá.

De la mano y sin soltarnos. Somos uno en las buenas y en las malas.

No perdió encanto la vida ni cedió la aventura. La simplificación favoreció la plenitud e intensidad. Así que sólo me resta asegurarme que no se forme madeja.

Desatado me levanto. Desatado camino. Desatado avanzo.

Y cuando veo una persona ovidillada, por ovidillarse, o con vocación a anudarse. Me dan ganas de acercarme despacito, llegar con cordialidad hasta su oído y susurrarle.

Desatate.
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El Valor de la Persistencia


Me permito sospechar, dudar, del valor de la persistencia.

Esa indicación que vaya a saber uno de donde procede. Que energía o discurso alimentó para anunciarse primero y luego entrometerse en la sociedad.

La persistencia como virtud ha sido jerarquizada. ¿Será para que los libros se lean hasta el final?, ¿Nadie se levante del cine?, ¿O se retire de la conferencia?

La persistencia se delata en circunstancias diversas. Uno la pesca, la ve, si está atento. Si está decidido a encontrarla. De lo contrario se le escabulle frente a los ojos sin otro propósito que el de ostentar la indiferencia.
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