lunes, 25 de febrero de 2013

La palabra ajena


Hace tiempo que tomé una decisión bastante drástica. Apenas me di cuenta que quería dejar de ser un niño, cerré los oídos.

No sé si me tapé las orejas o las bloqueé desde el interior.

Tal vez hay algún dispositivo invisible que opere por orden cerebral. Restrinja las posibilidades de que ingresen ondas sonoras o bien produzca el bloqueo con determinación.

De eso sí que no podría dar cuenta. Es algo que me excede y entra en el terreno de la suposición, donde lo único previsible son las fantasías más o menos sustentadas pero siempre ajenas a la realidad.

A la estricta realidad.

Porque pueden muy bien aproximarse, contornearla y presentirla. Pero nunca pueden decretarla. (leer más)

Si lo hacen, aunque sea por énfasis o convicción, ingresan en el espacio de la mentira.

Qué sucede?

Eso sí, es grave.

Uno comienza a manejarse con ideas, conceptos. Perspectivas diría.

Que le hacen percibir en forma inadecuada la realidad.

Yerra.

Vive equivocado. Cargado de prejuicios, que le indican que las cosas son como en verdad no son.

Ni nunca fueron.

Ahí está el problema.

En el desfasaje.

Desbarajuste.

Que se acentúa al poner más énfasis, más convicción. Como si en el ímpetu de resaltar la creencia produciríamos el efecto de veracidad sobre la mentira.

Imposible.

Por eso es preferible darse cuenta. Advertir el momento justo.

Dudar.

Esa es la técnica de resguardo. De preservación.

Muy efectiva.

Porque nos sirve para no dar el paso en falso. Ese que se anuncia con inercia y nos hace ingresar en un mundo equivocado.

Porque convierte supuestos mentirosos en realidades mentales falsas, que simulan ser verdaderas.

En fin.

No sé bien cuándo fue, aunque hace muchos años que sucedió. Lo cierto es esto que narro.

Que un día, no sé cuándo ni dónde, ocurrió.

Cerré los oídos.

Y dejé de ser un niño.

2 comentarios:

Podés dejar tu comentario como usuario de Blogger, con tu nombre o en forma anónima. Seleccioná abajo.