La paciencia
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Hace tiempo me inquieta el tema.
Me pregunto por lo duro que debe ser para la señora del escritor tener que leer todos los días sus escritos.
Es muy frecuente que la señora del escritor termine embaucada en esas instancias y sea testigo o partícipe del mundo de la escritura que su compañero habita.
Queda sibsumida en esa dimensión que tal vez le resultaba ajena pero ahora por capricho de su esposo, compañero o cohabitante la constituye.
Cada día debe leer lo que escribe y se encuentra aprisionada por la demanda externa hasta que a veces la hace propia. Como ocurre con recurrencia en la historia universal, donde se advierte con claridad que la señora del escritor ha jugado un rol de relevancia en la obra, no solo atestiguando lo escrito, sino sugiriendo o corrigiendo.
No son pocos los autores que manifestaron el rol clave, esencial y estratégico de sus respectivas compañeras en sus obras.
Llegan a ser, sin riesgo de excederme en la suposición, verdaderas coautoras.
Esta inquietud me acompaña desde hace tiempo porque últimamente entrego mis escritos a la señora que los recibe a veces con beneplácito pero otras veces lo hace con cierta resistencia, sin tener genuinas ganas de ver qué es lo que dice el escrito.
Reusándose de algún modo a leer aunque sean tan solo unos pocos párrafos.
Y le pida con el entusiasmo de un niño que los lea y me diga qué dicen.
Hace tiempo me inquieta el tema y me ha llevado a compartir esto con mi señora. Le he dicho a la patrona que si fuera un escritor muy mediocre debe ser tortuoso que conviva con los escritos que con frecuencia quiero que lea.
Tengo la suerte de que la jefa es calma, paciente y suele interesarse de manera genuina.
Siempre le pregunto qué le pareció.
Y siempre la escucho precisa, sucinta, entregando tan solo dos palabras.
Y, ¿qué te pareció?
Está bien...
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Hace tiempo me acostumbré a observar que los tontos hablen con la convicción de los inteligentes.
La auténtica humildad me permite resistir esas instancias y observarlas desde el más profundo de los mutismos.
Me cuesta en verdad porque estoy acostumbrado a escuchar y leer a personas muy inteligentes. Por eso cuando se manifiesta un tonto en áreas que lo exceden con la seguridad de quien tiene las certezas, lo advierto enseguida.
Es una elocuencia grotesca.
Y pasa más seguido que nunca. Con lo cual uno debe de alguna manera aggiornarse, resistir, y aguantar como sea si no tiene posibilidad de escape.
El tonto suele ser un verdadero experto de los temas más diversos y se maneja con la soltura de quien realmente sabe sin advertir que es un ignorante de la materia.
Habla entonces con elocuencia y determinismo de las más diversas cuestiones para las cuales mucha gente inteligente se preparó toda la vida.
Pero el tonto no advierte siquiera eso. Puede estar con una eminencia que sobrevalora su propia intervención y cree en su palabra, por más que no haya leído un libro sobre el tema que aborda en su vida.
Es realmente duro escuchar al tonto hablar como si supiera en cuestiones que no tiene la más mínima idea.
Duro es también advertir que se encierra en sus visiones, cuando su palabra tiene incidencia en la realidad, sin advertir la elocuencia de sus errores.
Debe pensar que el sentido común llega hasta donde vive el profesionalismo.
Es frecuente que al tonto le sobre seguridad y le falte humildad para escuchar y aprender.
Por eso queda subsumido en su zoncera. Y no puede avanzar en su aprendizaje porque cree que sabe lo que no sabe.
En un mundo donde uno convive con tanta gente inteligente y preparada, donde se enriquece y aprende todos los días de la extraordinaria lucidez ajena, lo único evidente y claro es que el tonto salta siempre a la vista.
Es increíble cómo se hace notar.
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La posibilidad de quedarse encerrado en sus propias verdades y creencias es muy sencilla, basta con tapar los oídos y cerrar los ojos a la realidad.
Con ese burdo truco uno queda embaucado en sí mismo, no tiene que afrontar problemas y puede residir en paz hasta que la realidad a consecuencia de esa actitud tarde o temprano se manifieste.
Esto es tan válido para escuchar a los otros como para escucharse a sí mismo.
Es claro que la tentación a evitar problemas nos puede incitar a obrar como niños en vez de asumir responsabilidad y tomar cartas en el asunto.
Mirar para otro lado es una técnica fácil, rápida y sencilla.
De esa manera uno puede mantenerse distante o ajeno al problema que fuera.
La comodidad de evitar afrontar situaciones en vez de tener que vérnosla con la realidad es una tentación para cualquiera.
Pero no resuelve ningún problema.
Es más, lo más esperable es que lo agigante y la situación que fuera se ponga cada vez peor.
Todo por la cobardía, la supuesta comodidad y el espíritu miedoso que prefiere esperar o esquivar problemas hasta que se hacen evidentes.
Quizás no diría todo esto si no fuera porque hace una semana me duele la muela y debo terminar el escrito para sacar turno con el dentista.
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