jueves, 29 de diciembre de 2022

El profesor cotidiano


Uno es el resultado de la calidad de sus decisiones.


Lo dije hace años con pleno convencimiento, desde la época que hacía el programa radial de superación personal “El grito sagrado”.


La creencia está buena y es muy conveniente. Hace pensar que lo mejor es meditar bien lo que podemos decidir porque somos artífices de nosotros mismos, de nuestro destino y nuestra realidad.


Quizás lo mejor de las creencias positivas es que uno piensa que son verdad. Aunque en realidad no piensa que es verdad, está convencido de que es verdad.


De modo que anda por la vida feliz obrando en consecuencia al dictado de sus certezas.


Ese saludable y efectivo engaño está bueno porque pareciera ser beneficioso en el caso de creencias positivas.


En las creencias negativas es mejor alertarse y pensar que así como tenemos esas creencias podemos tener otras más convenientes que las desmientan.


Todo esto debe ser porque ayer una persona cercana me dijo que está cansada de que le dé clases, y que es mejor que vaya de nuevo a la universidad a dar clases y aportar todo lo que esté a mi alcance en el mundo de las ideas y la efectividad personal.


Tiene razón, extraño hablar como si no supiera para favorecer la reflexión con el aporte ajeno, que siempre es iluminador, desafiante y despabilante.


Como profesor lo que siempre hice fue creer en la humildad que habilita la participación para favorecer un entendimiento superior.


Soy el primer aprendiz.


Así que con la creencia de que uno puede estar equivocado y el otro es un valioso aliado para el despabilsmiento, se beneficia alentando a los muchachos o señoritas a aportar sus miradas que permiten enriquecer cualquier percepción y apliolarse.


Porque en síntesis la educación es un apiolamiento más o menos efectivo, que eleva nuestro nivel de conciencia y nos dota de un entendimiento superador para comprender y lograr lo que fuera.


Y yo que tengo la suerte de no creerme el más vivo de todos tengo en consecuencia esa extraordinaria bendición.


Más que un señor profesor soy un niño aprendiz.


Convencido por supuesto que no me las sé todas y que sea lo que fuera, las ando buscando a esas verdades más o menos prometedoras que se muestran siempre algo escurridizas.


Para ser exactos, ser profesor es la posibilidad de ser feliz como un niño que sale a cazar mariposas.


En fin, creo siempre en los otros para avisparme. Y debo confesar que el avistamiento se produce de manera recurrente e innegable.


Así que necesito ir a la universidad a oficiar como profesor para entregarme en ese acto al placer de aprender.


Obviamente esto no les digo a los directivos, que suelen necesitar que el profesor traiga las verdades que todos necesitan.


Aunque en ese aspecto cumplo indefectiblemente porque traigo la verdad esencial de mi propia filosofía. Las otras las tendremos que buscar con los alumnos.


Todos contentos tras las mariposas.


Pero en cualquier momento avisaré en la universidad que me parezca más interesante que estoy dispuesto a alistarme como profesor para darlo todo en favor de sus clientes.


De esa manera desistiré de andar dando clases infornales a quienes se me cruzan en el camino. Y aportaré todo lo que esté a mi alcance en el ámbito que pareciera ser más indicado.


Nos vemos la próxima. 


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