viernes, 23 de septiembre de 2022

La palabra santa

La palabra santa transcurre por innumerables circunstancias. 

Cuando era chico pensaba que era un atributo innegable del cura del pueblo, que ensalzado en su propio discurso y envalentonado con la pleitesía de los feligreses, se despachaba a gusto sobre las cuestiones más variadas, indicando esencialmente el camino correcto que de alguna forma u otra convenía seguir sin chistar.

Porque el riesgo siempre estaba latente y al acecho. Y las consecuencias serían irreversibles.

Con lo cual la palabra santa se adjudicaba por vocación propia y ajena, y remarcaba las precisiones convenientes para transitar una existencia libre de culpas y con cierto reaseguro en el más allá.

Pero no quería ir tanto por ahí, porque ya he escrito sobre el querido cura del pueblo. Prefiero doblar en la esquina y seguir por otros caminos, quizás tengo suerte y llego a lindos lugares o bien se perciben o insinúan interesantes paisajes.

Uno escribe tal vez para eso, para andar entre malezas en busca de un supuesto hallazgo que es a veces una minucia y otras veces una presunta piedra en apariencia valiosa.

Aunque en general desgastada.

La palabra santa está por todos lados y siempre advierto a quienes la ejercen con semejante convicción que no tienen el menor atisbo de dudas. 

Eso es lo más relevante que me llama la atención.

Suplantan esencialmente la inteligencia ajena por la propia. Y los súbditos por convicción escuchan el veredicto de las cuestiones que fueran. 

El susodicho se entusiasma y habla con determinación, como sabiendo a ciencia cierta cómo son las cosas. 

Los otros pobres diablos gustosos escuchan las respuestas de apariencia infalible y las disposiciones correctas que establecen el buen camino.

Todos contentos. 

Supongo.

El mandamás despliega su discurso y gestualidad ofreciendo respuestas que a veces se atropellan unas con otras pero que se pronuncian como verdades irrefutables de cuestiones que en verdad merecen ser problematizadas, analizadas o evaluadas por quien quiera para resolver de manera individual la efectividad de las mismas.

Pero no hay lugar ni voluntad para ninguna discrepancia. Las cosas son así.

El tema es que hay un público deseoso de que le indiquen qué tiene que hacer, para dónde ir, si está bien esto o lo otro, y qué sé yo cuántas cosas más.

La gente reclama y de alguna manera el buen hombre o la buena mujer se aprestan a atender con compromiso ese reclamos y entonces señalan.

Siga para allá, doble, o haga tantas cuadras.

Cuanto menos responsabilidad está dispuesta a asumir una persona, más interesada está en la disposición ajena. 

Y cuando más miedo tiene y más insegura es, más lo asustan para encausarlo y disciplinarlo. No vaya a ser que se aparte del camino o se haga cargo de pensar por sí mismo. 

¿Vos qué harías?

No sé, yo solo percibo la palabra santa y me inquieto al ver como se despliega.


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