jueves, 22 de octubre de 2020

El pequeño tirano


Fue al instante que me di cuenta que el jefe de familia sería el niño. La consecuencia de los hechos no me ofreció la más mínima de las dudas.

Yo emprendería de alguna manera la retirada y el bebé sería quien definiría nuestro mundo.

Sin hablarlo jamás, los tres estábamos taxativamente de acuerdo.

No había nada que pensar ni discutir. Solo bastaba corroborar en los hechos las procedencias de ese nuevo poder que entraría en juego en nuestra cotidianeidad.

Y por eso ahora lo observo, callandito y sin chistar.

Se está desplegando de manera contundente e innegociable desde el inicio. Cobra nuevas formas pero no desiste jamás de la determinación. Es una fuerza arrolladora que resuelve el mundo a su voluntad.

Nosotros apenas si titubeamos o contemplamos esa intención ajena que emerge de repente y siempre cumple sus caprichos.

Santino no habla aún de corrido pero hace tiempo distingue todas las letras y dice muchas palabras. También maniobra su poder con una habilidad inusitada.

Nos maneja con recursos que han resultado infalibles para su propósito. Tiene la extraña destreza de hacer una combinación de todos ellos de manera perfecta para lograr siempre sus cometidos.

El bebé se levanta temprano y viene al sillón donde estoy con la computadora o el teléfono respondiendo mensajes. Agarra un libro y se me hecha encima. 

Es una forma sutil de decirme que mi tiempo terminó.

No importa lo ocupado que esté o la importancia de las supuestas urgencias. 

En realidad en el fondo tiene razón, el hecho de que en algún momento muramos pone en evidencia que esas urgencias irrenunciables eran vestigios de alguna manera de algo que se percibía realmente importante pero esencialmente conllevaba un espíritu irrelevante.

Aunque cueste entenderlo.

Así que suelo forcejear un poco pero siempre hasta el primer gruñido porque lo que prosigue es mucho peor.

Ya lo he probado.

Si yo no suelto el celular y pongo las manos en el cuento, lo que puede ocurrir es lisa y llanamente catastrófico.

Al gruñido que alerta de inmediato lo siguen gritos desaforados y movimientos corporales endiablados. Santino se revela contra la existencia y revolea la cabeza maldiciendo el mundo. Grita como loco, tomado por una fuerza que parece dominarlo.

No hay como calmarlo.

Parece que no escucha mis primeras palabras y directamente enloquece. 

Se lanza con cuerpo y alma para atrás, con la intención de ajusticiarse sobre el piso. Mientras yo procuro contenerlo como sea, con firmeza y condecendencia.

Estás loco, suelto en un intento desesperado por calmarlo. Mientras muestro que estoy con el libro que vamos a leer.

Sigue revoleando la cabeza y tirándose para atrás para reafirmar la calamidad que está dispuesto a cometer. 

Persiste desquiciado cuando trato de contenerlo como sea.

De repente escucha, me mira con los ojos llenos de lágrimas y se calma.

Tengo las manos en el libro, lo tengo desde la espalda. 

Vuelve la mirada al cuento para corroborar que todo esté en orden.

Y aquí no ha pasado nada.


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