domingo, 4 de octubre de 2020

El hombre equivocado

Yo no creo que un iluminado va a tomar el toro por las astas y nos va a salvar a todos.

Esa visión esconde en el trasfondo el espíritu infantil de cualquier ser ilusionado.

Es mejor abandonarla y hacerse grande cuanto antes, en vez de corroborar una y otra vez que que la ilusión fue desafortunada y la realidad desacredita tamaña esperanza.

Si no fuera por ese ímpetu colectivo de pensar que un salvador va a salvarnos a todos y seremos felices para siempre, no habría tantos seres pusilánimes, obsecuentes y alcahuetes que soban el lomo del representante de turno para llevarlo hasta los peores lugares, porque en verdad a ese tipo de personajes mediocres y especulativos, lo único que les importa es preservar sus beneficios, lograr el puesto que sea y que no lo rete el mandamás.

Es que ese espíritu infantil e inmaduro funciona hasta en las más altas esferas. Donde no prevalece la auténtica intención de contribuir, sino el interés por acomodarse.

Y el problema es que no honran con ímpetu la intención de aportar, que favorece la reflexión y despliega el espíritu crítico, sino que se alinean y someten a cualquier capricho por más desafortunado que fuera.

Uno se asombra cuando alguien dice, mirá como se puso el jefe con ese tema. Se puso como loco.

Todo porque el mandamás gritó, insultó o apeló vaya a saber a qué bajeza propia de seres involucionados para mantener firme su voluntad y cumplir con su eventual capricho.

El problema es madurar como sociedad y fomentar entre todos la conveniencia de que las instituciones están por encima de cualquiera.

El Papa incluido.

Con el perdón del Papa, por supuesto.

El tema es superar el infantilismo, madurar de una buena vez y erradicar los espíritus pusilánimes, mediocres y acomodaticios que son los verdaderos causantes de la decadencia republicana.

Si en vez de someterse a las instituciones los representantes circunstanciales quieren someterlas, el perjuicio está al acecho.

Por suerte la sociedad está más avispada y la ciudadanía no va a ser rehén de cualquier trasnochado, que la lleve a vivir el peor de los mundos.

La clave está en la auténtica convicción.

Sin idealismo prepondera la mediocridad, los espíritus pusilánimes y el ánimo acomodaticio.

Los ciudadanos queremos vivir en un país mejor.


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