lunes, 1 de mayo de 2023

El poder de la palabra


Siempre usé el poder de la palabra sin ningún espacio para cavilaciones que puedan replegar el decir que pugnaba por manifestarse.


Y siempre me inquieta la actitud contraria de los acomodaticios, los tibios, los que se tragan lo que piensan y quedan atragantados de un silencio que revela la indignidad del pusilánime que es incapaz de jugarse por sí mismo y se amolda como un camaleón a los decires ajenos con tal de ser condescendiente con el mandamás de turno.


Lo contrario a los gladiadores que arremeten con una suerte de furia para gritarle al mundo quienes son y honrar con dignidad sus convicciones, asumiendo todos los riesgos del mundo y sin importarles que puedan estar equivocados.


Pero dicen lo que piensan y se juegan por sus convicciones sin merodear con medias tintas en decires bonitos, cuidados, esperables, presumiblemente respetables a los ojos pulcros o a las pretensiones de moralistas que exigen sumisión a lo políticamente correcto, como si fuera una expectativa deseable que obliga disciplinamiento.


Las pelotas.


Los gladiadores no se doblegan ante los condicionamientos pretensiosos de las miradas demandantes.


Hacen lo suyo obnubilados por la honestidad de sus creencias y entregan la vida a sus pensamientos por más desbarajustados que fueran. Pero amoldarse a lo que el otro espera que diga para caer bien, honrar la pleitesía, y sucumbir ante su propio pensamiento, jamás.


Sería caer en el sacrilegio de la indignidad, para asumir la actitud acmodaticia de quien nunca se juega por nada. Por el contrario, ejerce el poder de la palabra sin miramientos y con la elocuencia de quien esta convencido, no lo amedrentan las represalias, ni lo encauzan las expectativas ajenas.


Si no hubiera tanta gente que cree en el espíritu sano de la inteligente rebeldía, estaría repleto de condescendientes, indignos, acomodaticios pusilánimes, que al no jugarse nunca por nada dejan la realidad trasuntar por los caprichos de quien corta el bacalao hasta cuando los lleva a la tragedia.


Y no hablo de política solamente, hablo de la más minúscula mesa de amigos, de las conversaciones totales, las que definen el mundo y también las más intrascententes que se resuelven en una insignificante mesa de café.


Hablo de los espíritus que el ser puede elegir adoptar, alentando por supuesto a los quijotescos que marcan la diferencia incidiendo con el poder de la palabra en la transformación de la realidad.


Y hablo también de los mediocres, que no se juegan por nada.


Ni por ellos mismos.


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