sábado, 18 de marzo de 2017

El departamento de mi amigo


Si no fuera por mi amigo no me hubiera enterado del hombre del arpa, ni del cantor de tango que a viva voz y sin pausa canturrea por las tardes.

Lo hace, estimo, desde las 10 horas del sábado hasta las 20 horas del domingo. Con breves intervalos, si es que los hay.

Porque a juzgar por la memoria reciente, uno podría sospechar con razonable fundamentación que los intervalos no existen y que no está faltando a la verdad si afirma con determinación que el show es continuado.

Advertí su presencia desde el balcón el fin de semana que obré de inquilino. El hombre entonaba desde la plaza turística sin ninguna inhibición a un volumen desmedido. Amplificado por parlantes que apuntaban directamente a mi ventana.

Lo que me hizo recordar de inmediato al otro.

Al hombre del arpa. Que era un señor bastante mayor, que arrancaba también su presentación temprano y persistía contra viento y marea hasta altas horas de la tarde.

Ambos tienen esa característica común. Y también un gorro o recipiente que ubican cerca de ellos para juntar la paga de los turistas generosos que en el mismo acto que depositan sus billetes, validan el comportamiento de estos hombres y reafirman el posterior compromiso para presentarse inexorablemente el fin de semana siguiente.

Creo en verdad que es lícito el espectáculo de ambos hombres pero ocasionan un perjuicio a los vecinos por su obsesión bulliciosa, porque deben escucharlos sin posibilidad de erradicarlos de sus vidas.

Si tuviera que sospechar algo, sospecho que al hombre del arpa lo neutralizó mi amigo apelando al mismo mecanismo con el que los turistas proceden a alentarlo.

Es decir, con dinero.

Algo así debe haber pasado para que el arpista se haya ausentado para siempre. Porque según pude confirmarlo con otros vecinos, no apareció nunca más.

Lo que sospecho también es que este hombre que ahora toca tangos con la misma metodología que el del arpa, estaría confabulado con el otro.

Tiene los mismos rasgos físicos, con lo cual cualquier espíritu mal pensado puede pensar que es el hermano del otro, el primo o bien un pariente cercano.

El otro indicio que incentiva el espíritu desconfiado, es que acrecienta el volumen y dispone los parlantes hacia el departamento de mi amigo. El que soy circunstancialmente inquilino.

Esta es la situación que hace suponer que se trataría de un truco para que mi amigo apele al mismo mecanismo con el cual motivó el exilio del hombre del arpa.

Voy a advertirle a mi amigo para que no le dé un peso, para evitar una posible estafa.

Pero sé que no lograré absolutamente nada. Porque mi amigo se aferra a sus lógicas y no escucha. Así que obrará de acuerdo a sus lineamientos innegociables.

Dándole dinero al cantor para que proceda a su fuga.

Con lo cual habría que rezar para que esta gente no tenga muchos más primos o hermanos.


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