miércoles, 29 de marzo de 2017

El partido de Hilario


Son las diez de la noche y estoy en el living de la casa de mi madre esperando para comer. Hablamos cosas quizás triviales mientras la televisión está prendida en cualquier canal.

De pronto paso y veo que juega Argentina. Otra vez la selección nacional buscando la gloria. Esta vez el desafío es clasificar para el mundial.

Algo sé de rebote, al ver los portales de internet.

Está también Paulita, mi hermana menor que ya se ha transformado en una señora. Todos disfrutamos el momento mientras los chiquitos están en el living.

¿Hilario?

Viendo el partido, me dice mi madre.

Sin dudas Hilario hace lo que debe hacer, se centra en lo importante. Y a esa edad nada es más importante que ver un partido, sobre todo si es de la selección argentina.

Seguimos conversando de la vida, de Carla y de otros que no están. Siempre es bueno aprovechar esos momentos parroquianos para expurgar un poco qué es lo que pasa con el resto de los hermanos y también con los vecinos, que siempre tienen mucho que aportar al mundo noticioso que vivenciamos los Valentini.

No concibo una sola visita a mi madre por ejemplo sin preguntarle por el bueno de Marcelino. Y también por su hijo Pablito, gran persona y excelente amigo.

Después podemos quedar ahí o mejor si avanzamos. Y le pregunto por los Bonfiglio. Por Pablo y no me acuerdo el otro hermano. Ambos tan buenos como Pablito Marcelino. Finalmente no me suelo olvidar de los Machado, geniales amigos de la infancia que están en el barrio y que hace años que no veo.

A veces quedamos ahí, pero otras veces es mi madre quien guía el transcurso de la información. Porque sabe qué ocurre con la señora de Estrísola que es la vecina de al lado. O bien desvía la atención para otro vecino que ha cobrado mayor protagonismo porque algo le ha pasado. Puede ser que haya ganado la quiniela en tres cifras o se lo vea muy viejito y achacado.

Pero si fuera justo debería decir que esas conversaciones se han ido diluyendo en el tiempo y ya no existen. Quizás porque no me han suscitado mayor interés y quizás también porque en verdad mi madre hace años que no me habla de los vecinos, salvo cuando le pregunto o cuando en verdad alguno tiene algún problema y ella siente que tiene algún margen para ayudar.

¿Qué comemos?

Pido al hotel, dice mi madre.

Aparece Hilario con una sonrisa.

Ganamos, dice aliviado.

¿Ganamos?

Sí, uno a cero gracias al penal, me informa.

Buenísimo entonces. Somos los mejores, remato para favorecer su alegría.

-Pero no fue penal. Di María se tiró y por eso cobraron.

-No puede ser -me quejo-. Entonces perdimos.

-¿Cómo que perdimos?

-Si no fue penal, hicimos trampa. Y si bien el resultado dice que ganamos uno a cero, la verdad es
que perdimos.

Hilario me mira extrañado. Asegura que no perdimos, que ganamos. Si ganamos, dice, mientras se aleja sin interesarse en profundizar en la abstracción. Y evitando que le explique las nefastas consecuencias de la viveza criolla.

En algún punto hace bien, porque es mejor vivir en la profundidad de la vida que quedarse enredado en el mundo de la abstracción.


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