domingo, 27 de febrero de 2011

Autoenojo


Yo me enojo conmigo mismo.

Por qué.

Motivos no me faltan.

De vez en cuando, por supuesto. Prima la razonabilidad, el buen criterio. La consecuencia que se revela en los actos.

El buen tino, podría agregar. Sosteniéndome ahí, en esa zona descriptiva que anuncia con pretensión de precisar. De entregar el detalle finito de la situación que inquieta.

Pero no me adentraré en otros menesteres. Evadiendo quizás con cierta sutileza lo que me reclama atención. Lo que en verdad me movilizó a correr y enchufar esta computadora.

El autoenojo.

No es frecuente, pero suele manifestarse. Hacerse presente cada tanto.

De modo que ahora simplemente lo observo. Lo contemplo con calma para desentrañarlo. Ver qué lo incentiva, qué lo provoca. Cuáles son los motivos íntimos que alientan su aparición.

Porque el autoenojo se presenta. Pero es también una condición que se arriba con propósito. Con la determinación de quien quiere subir la montaña, prepara sus menesteres e inicia con esmero sus pasos.

Hasta que llega a la cima.

Para enfrentarse cara a cara con él. Que le revela la verdad. El fundamento de su encuentro.

Entonces, sólo le queda a uno observarse. Con el propósito de quien procura entenderlo todo.

Se pregunta. Se responde.

Observa lo que pensó, lo que dijo, lo que hizo.

Se vuelve a preguntar.

Se reta también un poco.

Y se manda a mudar.
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