jueves, 16 de diciembre de 2010

La Llamada


Hace tiempo que no espero ninguna llamada.

Años, diría.

No es que la vida carezca de aventura. Ni que no facilite las condiciones para que la adrenalina emerja.

Es simplemente que no espero ninguna llamada.

Porque en verdad no me gusta que nadie me llame. Me imponga, de prepo, al instante, mi atención sublime.

Por eso cuando suena el teléfono, mufo como un niño que lo llevan a la escuela.

Asisto, claro. Pero de mala gana.

Porque el teléfono no es un sutil aparatito. Es en verdad un instrumento de enajenación del ser. Que nos exige salirnos de nuestro mundo para presentarnos sin objeción en el mundo del otro.

Y yo siento que soy sólo un muchachito que anda distraído en la relevancia de sus vicisitudes.

Jugando a vivir, como un niño que sale de la escuela.

Mientras el teléfono suena.

Y suena…
.

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