La realidad vino y se presento frente a mí. No dio muchos titubeos para expresarse.
¿A menos o a más?
…
Me miró impaciente a los ojos y me tocó el hombro.
Vamos Valentini, ¿A menos o a más?
La situación se había presentado de repente. Se hacía Barcamp en Buenos Aires, un evento web 2.0 que era por demás prometedor. Pero el cupo de asistentes se había completado y la posibilidad de participar sólo existía si daba una charla. Así me lo hizo saber uno de los organizadores.
Responder “A menos” era cómodo y de algún modo tranquilizador. Después de todo nadie había puesto un revolver en mi cabeza para que sea partícipe de esas circunstancias.
Así que me sentí tentado por la alternativa de olvidarme de las jornadas y dedicarme a transitar otros mundos.
Pero pronto entendí el juego, así que volví a escuchar la pregunta.
Ir a menos era mucho más que comodidad. Era cerrar posibilidades, achicar el mundo.
La realidad volvió a mirarme a los ojos desafiante e impaciente. Si no fuera porque mufó, me habría olvidado de ella.
El sábado 21 de septiembre estaba parado en la sala de conferencias frente a la audiencia. Tenía la exposición de Comunicación 2.0 lista cuando recordé que debía la respuesta.
A más, a más…
*Este era un escrito traspapelado, de esos que suelen guardarse en el cajón.
Hoy podría ir a la luna. Volver. Agarrar el sol con las manos. Mirar por la ventana. Hacer cuerpo a tierra. ¿Dos flip flap? Levantarme. Tirarme al sillón.
Levantarme de nuevo.
Tomar el ascensor.
Bajar.
Subir.
Saludar a Antonio y escucharlo un rato. Hablar con Néstor. Y hacerle otro chiste a Daniel.
Saludar al taxi y hacerle la venia al colectivero.
Jugar a la payana, escribir un cuento. Hacer una novela. Sacar una foto por la ventana.
Tomar mate, te y café al mismo tiempo.
Abrir netvibes. Usar twitter. Escribirle a Leandro, Julián, Julito…
Bajar al kiosco. Comprar el chocolate. Abrir la puerta.
Prender la tele, apagarla. Encender la radio. Correr alrededor de la manzana, escribir un libro o ir al Rosedal.
El capricho es una negación de lo externo. Una soberbia íntima e inquebrantable que se sostiene con ímpetu.
- ¿De qué me hablás?
- Del capricho.
Una determinación negadora, de imágenes mentales que se muestran firmes pero que en determinado momento se las tienen que ver con la realidad.
El capricho forcejea y se sostiene. Es perverso, traicionero y seductor.
Una voz única y unilateral que pretende pintar el mundo a su voluntad. Sin permitir que otro pueda sugerir una pincelada.
No es tonto. Se fundamenta en sus certezas.
Tampoco es inteligente, al no tener flexibilidad se cierra en un mundo que niega posibilidades.
En verdad lo único que le importa al capricho es salirse con la suya. Para regodearse de su logro y gozar del placer que supone tener el mundo a su voluntad.