miércoles, 13 de marzo de 2024

Punto a la í

No pregunten por qué ni desentrañemos las profundidades del ser que lleva a ponerle el cascabel al gato o los puntos a las íes.

Me gusta esa gente.

Un poquito, no en demasía. Debe ser que todo es bueno en el punto justo, si se pasa de la raya en la intención es muy probable que caiga en el despropósito, la exageración o la molestia.

Típico el quejoso que tiene la vista repleta de dificultades y obnubilado por el enojo y el ánimo combativo de la protesta se pierde la solución.

Aún cuando está frente a sus ojos.

Pero esta ahí, enceguecido, embaucado por su propio entuerto y no sale.

No sale.

¿Decía?

Ah sí, el punto a las íes, está bueno eso, y suelo hinchar por ellos, cuando están por supuesto en el punto justo, cuando proceden de manera razonable, respetuosa, medida diría, pero a la vez elocuente.

Porque el punto a la í o el cascabel al gato hay que ponerlo sin mayores titubeos.

No se puede venir, a ver qué pasa. Voy a intentarlo. Dejame pensarlo, haré mi mejor esfuerzo.

Y todo ese chamullo que es la antesala de la excusa que sale siempre más o menos airosa y se revela a la vez elocuente, para quien quiere mirarla.

Hay que ir y pum, determinado. Hacerlo, actuar, sin mayores trámites.

A las íes se les pone el punto con convicción. O no se les pone nada, y puede el ser quedarse residiendo en la placidez de la cobardía.

Donde no cambia nada.

Decía simplemente eso, que me gusta la gente razonable que se hace cargo de asumir la realidad que fuera y procede con la madurez de quien está dispuesto a ajustar el mundo desbarajustado.

Ellos les ponen los puntos a las íes y es gracias a ellos que al gato le ponen el cascabel.

Si no se lo pusieran, el mundo seguiría desbarajustado y el desastre sería cada vez más insoportable.


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