jueves, 7 de marzo de 2024

A ver qué vas a decir…

 

Bueno, permiso, permiso.

Sé que a nadie le gusta escuchar y a todos les gusta hablar. Bueno, no generalicemos. ¿Por qué no?

¿No se puede generalizar acá, che?

Fijate, como quieras.

Decía, sin generalizar generalizando que a todos les gusta hablar y no escuchar. O bien a casi todos o a la mayoría le gusta hablar y no escuchar.

Los conté, no jodan.

¿Por qué les gusta hablar y no escuchar? Simple, porque están centrados en lo que quieren decir, o en última instancia en demostrar que el valor que tienen en su enunciación está por encima del que pueden recibir, y que si miran bien, si escuchan bien, verán que Pedrito o Josecito, no se andan con chiquitas ni dicen pavadas, sus palabras traen la lucidez, claridad y relevancia que todos estábamos esperando.

Mirá vos.

Así que siguiendo esta hipótesis por supuesto certera podemos observar que la gente se interesa en decir para construirse una imagen beneplácita de su persona. De modo entonces que podríamos sospechar que detrás de estos susodichos hay un fuerte sentimiento de inseguridad y minusvalía.

De modo que esa esencia del ser que los define es la verdadera causante de la predisposición al habla y la emisión de ciertas cataratas de palabras que nunca terminan y siempre tienen algo que decir, de modo que el otro queda como apabullado por la intromisión incontinente del parlanchín, sin la más mínima posibilidad de poner un bocadillo, soltar una palabra o balbucear lo que fuera, quizás con el único propósito de aportar algo o sentirse vivo.

Que tema.

De manera que ante esta situación de parlanchines irrefrenables que siempre tienen algo para decir y no dan el mínimo espacio para que el otro se exprese, diga lo suyo, meta un bocadillo, o emita al menos sonido alguno, deberíamos determinar que es debido a seres tan inseguros como parlanchinezcos, que exigen oídos dispuestos a ser abrumados con dichos interminables, todo para preservar una supuesta valía que les demuestre en alguna forma que la inseguridad puede sobrellevarse con este tipo de desempeños verborrágicos.

Ante esta situación a veces es propicio guardar silencio soportando como un estoico el ruido y dejar que el proceso de curación ajeno decante por si mismo, con la expectativa de que la prestación de los oídos haya sido una contribución saludable hacia el enfermo.

¿No estarás exagerando, vo?

No sé, lo único que veo es que a la gente insegura le interesa más hablar que escuchar y es por ese motivo que no se benefician con la inteligencia ajena, que para que se exprese lejos de acallarla hay que habilitarla dándole espacio, y azuzando si fuera necesario al otro para que diga lo que piensa o lo que tiene que decir. Así uno se enriquece con la palabra ajena.

Porque hasta un tonto tiene para aportar su lucidez.

Sin más nada que decir, me despido calmamente.


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