sábado, 8 de febrero de 2020

Tanguero malevo



Yo en cuerpo y alma había ido antes, unos días antes. Lo recuerdo muy bien.

El volumen estaba insufrible y el tango sonaba a toda orquesta para la gente de la confitería, la plaza y todo el vecindario.

Quería pedirles por favor si pueden bajar el volumen porque está fuertísimo y se escucha en todos los edificios vecinos, le dije con la mayor cordialidad del mundo a la chica que estaba junto al parlante.

Aquella vez me miró como si fuera un pelotudo.

No es necesario que pongan tan fuerte, con que escuchen acá es suficiente y están molestando a todos los vecinos, dije.

La chica me miró desafiante, de manera despectiva, de arriba a abajo. Y no dijo nada, mientras la música seguía aturdiendo y trataba en vano de transmitirle el perjuicio innecesario que ocasionaba.

Tienen autorización municipal, inquirí.

Nos autoriza la policía, se defendió.

Eso no tiene validez, me fui mascullando con la indignación de la injusticia y la nula disposición a resolver con buena voluntad el problema, bajando simplemente un poco el volumen.

Pero eso no es nada, tan sólo un detalle de lo ocurrido, porque el tango de estos usurpadores del espacio público sigue sonando día a día de forma continuada a todo horario.

Y a máximo volumen.

Siendo enero a las dos de la tarde con la cabeza dolorida por el aturdimiento de los tangueros y el bebé que no había forma de dormirlo me apersoné de nuevo con la intención de acomodar el mundo desbarajustado.

Disculpe, le dije casi a los gritos para que escuche al tanguero que me miró con atención. Quería comentarle que está demasiado fuerte y aturde a los vecinos.

El tanguero me fijó la vista y revoleó la cabeza en una clara e indeclinable indicación para que hable con las señoritas que estaban a unos metros al lado del prominente parlante.

Disciplinado, fui.

Al llegar veo la mujer del primer episodio que me mira como diciéndome, otra vez vos, chupame un huevo.

Es por ese detalle que miré a la otra chica que estaba a su lado y procuré transmitirle el perjuicio que fácilmente podían subsanar bajando un poco el volumen.

Disculpen, está fuertísimo el volumen, es imposible vivir si nos aturden a los vecinos todo el día.

Me miraron como si no existiera.

Pasa que están de continuo a máximo volumen y tengo un bebé que necesita dormir, nos están arruinando la vida a los vecinos. Quería pedirles si por favor podrían bajar el volumen.

En silencio me miraban sin contestar nada, como diciendo, andate pelotudo.

Tienen habilitación municipal?, inquirí sin obtener respuesta ni palabra alguna.

Pueden por favor bajar un poco el volumen, dije como suplicando.

Fue la última vez que me miraron tomándome el pelo, porque en ese momento, en ese preciso instante del silencio conversacional, a mi cuerpo lo tomó el diablo y aseste la patada precisa y justiciera que hizo volar el gran parlante por la vereda de plaza Francia, mientras me di vuelta y emprendí la marcha sin mirar atrás.

Fue ahí cuando sentí una sombra maliciosa con forma de tanguero malevo, que fue una insinuación certera.

De repente el tanguero reaccionó y vino a buscarme, mientras decidí sin el más mínimo de los titubeos sostener la marcha a modo decidido para alejarme unos metros.

El hombre venía sin remedio y yo avanzaba dispuesto a correr.

-Vení cagón -escucho y veo que el hombre se me viene encima.

-Te voy a denunciar -le grito mientras acelero los pasos.


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