Un mundo previsible
Hace tiempo que trato de atentar contra mi cabecita tradicional y conservadora. No paro de provocarla y ponerla en vereda. Pero apenas me distraigo vuelve a querer poner las cosas en su lugar. Como diciéndome, el mundo es así.
Muchas veces mi burdo truco fue alejarme del mundo previsible y las personas que lo componen. Que obran como cómplices del status quo para reafirmarlo y afianzarlo.
Para delinear los límites posibles. Y asegurarse que nadie merodee por los contornos y mucho menos caiga en la osadía de trascenderlos.
Siempre sospecho que el cura del pueblo es un emblema de esa filosofía. Llevando la voz cantante de lo que está bien y de lo que está mal. Y alertando a viva voz y sin el menor de los titubeos, con el cielo o el infierno según corresponda para encauzar los comportamientos.
Y no tengo nada contra ningún cura de ningún pueblo.
Aclaro.
De hecho, pienso que en muchos casos hacen mucho bien.
Pero una cosa es una cosa. Y otra cosa es otra cosa.
Yo, sólo observo.
Miro sigiloso y en silencio. Y luego no sé por qué narro. Quizás para comprender inquietudes. O desanudar la madeja.
Me gustan los espíritus rebeldes. Los que piensan por sí mismos. Y se atreven a asumir sus verdades.
Los que avanzan contra viento y marea.
Quizás en primera y última instancia, creo sólo en ellos.
O bien creo poco en los otros y mucho en ellos.
Que Dios los ilumine para seguir su camino, llegar a los contornos de la previsibilidad, y saltarlos en
un baile decidido y memorable.
Una danza que honre la existencia.
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