domingo, 17 de enero de 2016

Refunfuñones


El mundo está plagado de refunfuñones.

Pero eso no es lo más preocupante, quizás lo más preocupante es sospechar que uno es parte de ellos. Que está encolumnado en el equipo de los quejosos, o bien tiene cierta disposición intrínseca para protestar por los motivos que fueran.

Porque bien vale la pena hacerlo si por ejemplo despedazan bosques o dañan el medio ambiente. O un trapito quiere cobrarnos 50 pesos. O llueve.

O lo que fuera.

Causas por supuesto nunca faltan para alentar a uno a enceguecerse un poco y poner el grito en el cielo por los motivos que sean.

La economía, la corrupción. La delincuencia.

A favor o en contra.

Porque ya vemos que hay quienes la defienden. Pero no vamos a entrar en esos menesteres, porque estamos en otro tema.

La protesta. El ser gruñón. El quejoso.

Es increíble que se fomente el gruñido incansable por los motivos que fueran. Y que tanta gente gruña, se enoje. Proteste.

Putee.

Muchos por supuesto escondidos detrás de usuarios anónimos en redes sociales. Pero otros sacando pecho y poniéndoselo a las balas para decir lo que piensan sin mayor resguardo que el escudo de su nombre y apellido.

Que por supuesto no ataja ni un balín ante cualquier gruñón decidido que quiera vulnerarlo.

Quizás deberíamos preguntarnos si no nos estamos volviendo un poco gruñones innecesariamente. Y si ese gruñido que nos convoca no nos arruina un poco la emocionalidad, y tiñe de gris algún momento del día.

Claro que muchos gruñen para cambiar el mundo. O para encausarlo detrás de sus sanas convicciones.

Si esos gruñidos son necesarios, gruñir no es tan pecaminoso.

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