lunes, 11 de julio de 2011

Renacer


Yo no sé si el otro día pensaba. O cuándo es que pensaba. Que el mundo debería volverse más sensible. La gente debería refundarse en una dosis mayor de sensibilidad. Una suerte de profundización sobre los sentimientos. Que nos lleven a unos y a otros a andar de la mano. Abrazarnos. Percibirnos cercanos.

Creo que algo así era lo que pensaba. Tal vez era eso. Esa idea sencilla. Práctica quizás. Pero idea al fin.

Porque no veo mucho de eso entre los extraños. No lo veo. No lo percibo. Quizás esté equivocado, pero lo que anuncio es mi mirada. Esa contemplación que procura entender las cosas. Contemplarlas desde el silencio. Para revelarlas. Dar cuenta de ellas.

Quizás con el objetivo de sostenerlas o cambiarlas.

Porque primero aparece la indagación. La observación.

Esos ojos que miran la realidad. O la supuesta realidad.

Miran, analizan y escrutan.

Para comprenderlo todo. Relatarlo con la mayor precisión posible.

Siempre con una finalidad. Un propósito.

Que en verdad ejerce la motivación de la escritura. Moviliza las palabras y los párrafos.

Para puntualizar las ideas.

Luego se produce el redescubrimiento del hecho.
Es un momento crucial.

Cuando la cotidianidad se trae a la superficie.

Ahí se manifiesta el resultado de la observación. Se da lugar al análisis que impulsa la abstracción.

Se procura entonces ascender a cierto nivel de entendimiento.

Elevar de alguna manera el nivel de consciencia.

Despertarse de algún modo.

Entonces ocurre a veces el descubrimiento.

Como un mago uno se encuentra con el conejo que salió de la galera.

Y a partir de ahí. Siempre a partir de ahí.

Si uno tiene esperanzas. De algún modo asume algún compromiso. Se pone en movimiento.

Sí, a partir de ahí.

Está claro.

El mundo se transforma. Mientras uno cambia.

O renace otra vez.
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