viernes, 12 de marzo de 2010

El Otro



Yo estaba.

En verdad no estaba sólo yo. Estábamos todos.

Sí, estábamos todos conversando. Reunidos, sentados y conversando.

Entonces cada palabra es importante, cada intervención es importante.

Eso es lo que creo yo. Eso siempre lo pensé así. Porque el otro es el otro, tiene su mirada, sus palabras, sus posibilidades de proyección, su visión de futuro…

Es lindo el otro en toda su dimensión. Por eso debe surgir, aparecer, emerger.

Hay que facilitar las condiciones para que el otro se eleve por sobre las circunstancias, trascienda la incomodidad y celebre su existencia.

Eso creo yo. Eso pienso yo.

Que el otro aparezca, nos mire a todos y se eleve.

El otro tiene que relucir su esencia, hacerse presente, evidenciarse.

Vamos, vamos. Que el otro alce la voz, haga su entrega, evada la incomodidad y se pronuncie sin titubeos.

Hay que abrirle la puerta y si es preciso empujarlo. Que hable, que hable.

Pero eso pienso yo y no todos los que estamos en la mesa celebrando la existencia pensamos lo mismo.

Porque estamos todos conversando entre intervenciones y palabras. Sumergidos en el propósito, en el claro objetivo. En la instancia que dio motivo al encuentro. Movilizó la intención y llevo a nuestros cuerpos a sentarnos a la mesa.

Entonces la persona de mi izquierda muestra un atisbo de grandeza. Resuelve abrir la boca, entregar la palabra, manifestar la inquietud.

La persona de mi izquierda insinúa disidencia.

Contento como un niño aguardo para intervenir con presencia. Pero el de enfrente comete el despropósito de procurar callarlo por la inseguridad de su desacuerdo. Hablando encima, avasallando. Invalidando la grandeza del pensamiento disidente, enriquecedor.

Entonces el de enfrente sigue hablando más fuerte y el de la izquierda calla por respeto.

Y el de enfrente sigue hablando, con el único propósito de acallar el pensamiento disidente e invalidar la diferencia.

Entonces decido tomar la palabra para hablarle sólo al de la izquierda. Y vuelvo a abrir la boca con la certeza de que escucharán todos. Mientras el de enfrente sigue hablando de continuo. Pero ahora tiene la preocupación de escucharme.

- No te preocupes, ya va a aprender a escucharte. Vas a ver que algún día va a aprender a enriquecerse del pensamiento del otro.

El de la izquierda sonríe y el de enfrente sólo atina a abrir grandes sus ojos.
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