¿De qué sirve pertenecer?
Ahá.
Puede ser interesante la pregunta. Exploremos…
Pertenecer ofrece, en primer instancia, reconocimiento. Y cualquier persona se siente bien cuando es reconocida, porque la necesidad de valoración es propia de la condición humana.
Así que por ahí hay una primera aproximación.
Ser, es ser en parte cuando otro reconoce y aporta así identidad.
Pedrito, Josecito o Josefa.
-¿Cómo estás?
Con solo escuchar su nombre la persona adquiere un lugar que no le ofrece la indiferencia.
Es, como fuera, evadiéndose de la ignorancia que aporta la nada que experimenta quien no es advertido.
Pasa mucho en la ciudad. Por ejemplo, en los pueblos siempre se es alguien. Por las buenas, por las malas, por la combinación de buenas y malas.
Cualquiera es, y cada sujeto está determinado por las etiquetas que más o menos supo conseguir a partir de sus acciones y comportamientos.
Y también a partir de los pronunciamientos ajenos que recayeron sobre él. Sean justos o injustos.
Pero de mínima es un nombre que es reconocido.
Si se va a la ciudad se evapora el reconocimiento y debe transitar en primera instancia la nada. Y vérselas con ella.
Algunos celebran estar ajenos a los ojos de los demás y pasar desapercibidos como si fueran pobres diablos incognoscibles.
Conozco al menos a uno.
Otros requieren tanto la necesidad de ser reconocidos que se lanzan a manifestarse para conseguir nuevos reconocimientos o bien vuelven al pueblo motivados en parte por esa intención.
Y por otra parte en esta cuestión está todo el tema del ego y la necesidad de pertenecer a ciertos grupos para ser.
Eso requiere a veces pagar membresías o alistarse a lógicas que sugieren cambiar el auto, ir de vacaciones a tal o cual lugar o disponer vaya a saber de qué chirimbolo valorado por el grupete.
Puede ser moto de agua, reloj, avión y tantas otras cosas que en mayor o menor medida procuran hablar del sujeto, y también en mayor o menor medida lo apresan o esclavizan.
Hay quien juega ese juego.
Quien lo disfruta y celebra.
Pero también es frecuente que ese juego juegue con él.
Es cuando el ser queda embaucado en decisiones motivadas por exigencias exteriores que tal vez no concurran con sus auténticas verdades.
Va por un lugar que capaz no es el suyo y resuelve prestar su voluntad a las apariencias.
Y esos casos son peligrosos, porque la persona se convierte en un juguete de su propia vida.
Sin siquiera darse cuenta que la vida jugó con él.
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