Una de derecha
Debo reconocer que tengo un boxeador adentro. Cada tanto saca algún puñetazo. Es una piña certera y a los dientes. Sin contemplaciones ni miramientos de ningún tipo.
Simplemente obra, con determinación y cierta malicia. Digo cierta malicia, porque a pesar de que el agresivo esté internalizado, jamás lo dejaría obrar con completa malicia. Eso revertiría mi convicción por la bondad, trastornaría mi conciencia y me haría ejercer como una mala persona. Posibilidad que está en las antípodas de mis intenciones.
Pero…
Eso no quiere decir que el boxeador no esté y que cada tanto se apodere de mí. Y aparezca.
Porque la irrupción no la hace solo frente a los demás, sino también ante mí mismo. Que lo veo operar determinado para responder desde sus lógicas al mundo.
Es ahí donde lanza la trompada.
Trompada simbólica.
Digo trompada y no trompadas, porque suele ser una. Cortita y efectiva. Pero una sola, no dos ni tres.
La piña se reduce en general a una palabra, que devuelve al sujeto la descripción que se merece por su accionar en el mundo.
Para aclarar…
Le otorga la palabra a quien obró con excesiva torpeza, mediocridad o idiotez. Para ser más exacto. Aunque suene un poquito fuerte y lo sienta mucho.
El mundo viene también con esos atisbos y se vuelve imposible esconderlos debajo de la alfombra. Así que aparecen y uno, en este caso yo, no puede más que resistirlos de alguna forma.
Como el boxeador que se apersona en mi vida para acometer justicia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Podés dejar tu comentario como usuario de Blogger, con tu nombre o en forma anónima. Seleccioná abajo.