jueves, 23 de mayo de 2013

Una de derecha


Debo reconocer que tengo un boxeador adentro. Cada tanto saca algún puñetazo. Es una piña certera y a los dientes. Sin contemplaciones ni miramientos de ningún tipo.

Simplemente obra, con determinación y cierta malicia. Digo cierta malicia, porque a pesar de que el agresivo esté internalizado, jamás lo dejaría obrar con completa malicia. Eso revertiría mi convicción por la bondad, trastornaría mi conciencia y me haría ejercer como una mala persona. Posibilidad que está en las antípodas de mis intenciones.

Pero…

Eso no quiere decir que el boxeador no esté y que cada tanto se apodere de mí. Y aparezca.

Porque la irrupción no la hace solo frente a los demás, sino también ante mí mismo. Que lo veo operar determinado para responder desde sus lógicas al mundo.

Es ahí donde lanza la trompada.

Trompada simbólica.

Digo trompada y no trompadas, porque suele ser una. Cortita y efectiva. Pero una sola, no dos ni tres.

La piña se reduce en general a una palabra, que devuelve al sujeto la descripción que se merece por su accionar en el mundo.

Para aclarar…

Le otorga la palabra a quien obró con excesiva torpeza, mediocridad o idiotez. Para ser más exacto. Aunque suene un poquito fuerte y lo sienta mucho.

El mundo viene también con esos atisbos y se vuelve imposible esconderlos debajo de la alfombra. Así que aparecen y uno, en este caso yo, no puede más que resistirlos de alguna forma.

Como el boxeador que se apersona en mi vida para acometer justicia.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Podés dejar tu comentario como usuario de Blogger, con tu nombre o en forma anónima. Seleccioná abajo.